Once I Was a Beehive (2015)

“Once I Was a Beehive” no es una película que te dejará con una sonrisa fácil. Es un melodrama introspectivo, a veces torpe, pero que logra, contra todo pronóstico, generar cierta conexión emocional. La película se centra en la angustia y el desconcierto de Evelyn, interpretada con una sutil y poderosa vulnerabilidad por parte de la joven Elsie Rafferty. Tras la muerte de su padre, una adolescente de 17 años se ve obligada a pasar el verano en un campamento de verano mormón para chicas, un lugar que, según ella misma, es el último lugar en el mundo donde quisiera estar. La decisión no es suya, sino de su madre, buscando en este entorno un intento desesperado de normalizar su vida después de una tragedia.

La dirección de Ben Lewin es cuidadosa y reservada. Evita el sentimentalismo gratuito y se centra en la atmósfera y en los silencios. La fotografía, con un uso predominante de colores apagados y paisajes rurales, contribuye a crear un ambiente de aislamiento y melancolía. Sin embargo, a veces la cámara se vuelve demasiado pasiva, observando a los personajes sin interactuar directamente con ellos. Este estilo, si bien auténtico, puede resultar a veces algo lento y deliberado, especialmente para aquellos acostumbrados a narraciones más dinámicas. Lewin tiene un talento para capturar la esencia de la adolescencia, aunque aquí, la exploración de la pérdida se siente a veces superficial, como si se estuviera tratando de tocar un tema muy delicado con cautela, sin profundizar en las complejidades emocionales subyacentes.

El elenco es, en general, muy sólido. Elsie Rafferty ofrece una actuación genuina y conmovedora, logrando transmitir la confusión, el dolor y la rabia de una adolescente que lucha por encontrar su lugar en el mundo. La interpretación de la prima de paso, played by Rowan Atkinson, es particularmente notable. Su personaje, inicialmente distante y reservado, evoluciona a lo largo de la película, mostrando una creciente empatía hacia Evelyn. Sin embargo, el resto del reparto, con excepción de Atkinson, no alcanza el mismo nivel de profundidad. El guion, escrito por Lewin y James Oliver, es lo que finalmente eleva o baja la película. Las conversaciones entre los personajes son a menudo forzadas y carentes de la naturalidad que se esperaría en un drama realista. La película se enfoca en la terapia grupal, pero, en lugar de ofrecer una exploración profunda de los procesos de sanación, simplemente presenta una serie de conversaciones convenientes que sirven para avanzar la trama. La historia se centra demasiado en la "conversación" y no lo suficiente en la acción o en la evolución personal.

A pesar de sus defectos, “Once I Was a Beehive” es una película que invita a la reflexión sobre la pérdida, el duelo y la importancia de la conexión humana. No es una obra maestra, pero sí una experiencia cinematográfica digna de ser vista por aquellos que buscan un melodrama con toques de introspección y un ambiente particular. Su fuerza reside, sin duda, en la interpretación de Elsie Rafferty y en la atmósfera melancólica que se construye a lo largo de la película. Es una película que, en última instancia, se queda en la memoria, no por su grandiosidad, sino por su sutil pero persistente capacidad para evocar la fragilidad del ser humano.

Nota: 6/10