“One-Zero” es un ejercicio de melodrama egipcio que, a pesar de algunos defectos inherentes al género, logra cautivar por su ambición y la capacidad de sus actores para transmitir la compleja realidad social de su país. La película, dirigida con una sensibilidad que oscila entre la melancolía y el optimismo, se presenta como una constelación de historias interconectadas, todos ellas vinculadas por una fuerza vital: el amor a Egipto y el anhelo de un futuro mejor. La premisa, aunque inicialmente simplista, permite un desarrollo gradual y sorprendente de las relaciones entre los personajes.
El guion, escrito por Mohamed Diab, se adhiere a ciertas convenciones del melodrama, pero lo hace con una notable inteligencia. En lugar de caer en clichés, la película se centra en la humanidad y la vulnerabilidad de sus protagonistas. La trama no se limita a los acontecimientos extraordinarios; se nutre de los pequeños detalles, de los silencios y las miradas que revelan las profundidades de sus corazones. Sin embargo, la narración a veces se siente algo estirada, con algunos personajes secundarios que podrían haber sido más desarrollados para aumentar el impacto emocional de la historia central. La película necesita mayor pulido en el ritmo, que se dilata en algunos momentos y podría beneficiarse de un manejo más sutil de los giros argumentales.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los mayores logros de “One-Zero”. Khaled Abol Naga ofrece una interpretación magistral como el empresario, imbuido de una tristeza contenida y una carga moral palpable. Su personaje, atormentado por su pasado, se convierte en el eje de la narrativa, llevando al espectador a reflexionar sobre la justicia, la redención y el precio del éxito. Nelly Karim, por su parte, domina el papel de la mujer en busca de redención con una emotividad genuina y un carisma natural. La química entre Abol Naga y Karim es evidente, y su relación es el corazón palpitante de la película. Ahmed Al Fishawy, aunque su papel es más limitado, aporta una energía vibrante al personaje del artista, y Lotfy Labib, como el joven inquieto, aporta una frescura y un dinamismo que contrastan con la melancolía predominante. La dirección de arte es igualmente destacable, utilizando la rica paleta de colores y la arquitectura distintiva de El Cairo para construir un ambiente visualmente impactante que captura la esencia de Egipto.
En definitiva, “One-Zero” es una película que invita a la reflexión y al debate sobre los valores, las responsabilidades y los sueños de una nación en transición. No es una obra maestra cinematográfica, pero sí un entretenimiento serio y conmovedor, que merece ser visto por su capacidad para conectar con las emociones del espectador y para ofrecer una visión íntima de la sociedad egipcia. Es un melodrama que, a pesar de sus imperfecciones, se erige como un testimonio del talento de sus actores y de la belleza inherente a la cultura egipcia.
Nota: 7/10