Open Water: Inmersión extrema (2017)

“Open Water: Inmersión Extrema” no es una película para llegar tarde a la sala, ni para quedarse tranquilamente en casa. Es una experiencia visceral, inquietante y, en ciertos momentos, brutalmente honesta sobre el miedo y la desesperación en su forma más pura. La película, dirigida con una meticulosa atención al detalle por Gregory Funk y Stephen Weinstock, no busca el espectáculo sensacionalista que a veces asociamos con este género, sino que se centra en la implacable realidad de una situación de supervivencia que, a priori, parece imposible de superar.

La película se construye sobre la base del relato personal, un diario en imágenes de tres amigos, Matt, Daniel y Alex, que buscan ascender a la fama televisiva a través de una audición que implica bucear en aguas australianas, rodeados de tiburones. La premisa en sí misma es arriesgada, pero la ejecución de la misma es lo que realmente la eleva por encima de la simple acción. La dirección logra crear una atmósfera de constante tensión, aprovechando al máximo la inmensidad del océano y la incomprensible distancia que se separa a los personajes de cualquier ayuda. La cinematografía es soberana: la luz, el sonido, la composición de las tomas; todo contribuye a generar una sensación de claustrofobia, de aislamiento y de creciente terror. Los planos abiertos, que abarcan la inmensidad del océano, son particularmente impactantes y subrayan la vulnerabilidad de los protagonistas.

Las actuaciones son, en general, sólidas. Luke Hawker, como Matt, transmite con creíble vulnerabilidad y una necesidad desesperada de supervivencia. Daniel (Matt Bovo) y Alex (James Leibel) complementan bien su personaje, mostrando a medida que la situación se agrava, una mezcla de miedo, impotencia y una sorprendente capacidad de adaptación. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de interpretaciones naturales y realistas que comunican el tormento psicológico y físico de los personajes. Lo que más me impactó fue la naturalidad con la que retrataban sus reacciones ante el terror, sin recurrir a clichés. La película evita sobreexplicar los sentimientos, dejando que la situación misma, y el lenguaje corporal de los actores, transmitan el dolor y la desesperación.

El guion, adaptado del relato real de Amir Emile Haddad y Matthew Rosen, merece un reconocimiento particular. No busca construir un thriller lleno de giros, sino que se centra en la construcción gradual de la tensión, en la representación de la pérdida de la esperanza y, en última instancia, en la aceptación de la muerte. El guion es notable por su autenticidad. Se evita el melodrama excesivo, y se permite que los personajes tomen decisiones que, en determinadas circunstancias, pueden parecer irracionales, pero que son comprensibles dadas la desesperación en la que se encuentran. La película se atreve a mostrar la crudeza de la situación, sin adornos ni sentimentalismo. Es una película que te hace cuestionar los límites de la supervivencia, la naturaleza humana y la fuerza del miedo.

Nota: 7.5/10