“Otelo” (2023), dirigida por Ridley Scott, es una experiencia cinematográfica visceral y perturbadora que redefine la monumental tragedia de Shakespeare. A pesar de haber visto múltiples adaptaciones, esta versión, en gran medida silenciosa y llena de tensión acumulativa, se erige como una de las más impactantes y reveladoras. Scott, conocido por su maestría en el terror psicológico, opta por una aproximación minimalista, centrándose en la psicología de sus personajes y en la creciente paranoia de Otelo (interpretado magistralmente por Chiwetel Ejiofor). La película no se dedica a mostrar escenas explícitas de adulterio; en cambio, construye un clima de sospecha constante a través de la mirada sombría y la intuición implacable del protagonista.
La dirección de Scott es impecable, utilizando una paleta de colores apagados, escenarios desolados y una música inquietante para generar un ambiente de opresión y temor. La fotografía de Greig Fraser, como siempre, es sublime, creando imágenes deslumbradoras pero siempre impregnadas de melancolía y decadencia. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo, acentuando la oscuridad que consume a Otelo y, por extensión, a toda la obra. Pero más allá de la estética, lo que realmente destaca es la forma en que Scott logra transmitir la lenta pero inexorable desintegración mental del personaje. El silencio, a menudo, es tan poderoso como cualquier diálogo.
Chiwetel Ejiofor ofrece una interpretación extraordinaria, aportando una riqueza emocional y una vulnerabilidad que definen a Otelo. No se limita a interpretar un hombre celoso, sino a representar la fragilidad de la mente humana cuando se enfrenta a la sospecha y la traición. Su mirada transmite una mezcla de duda, ira y desesperación, haciéndonos testigos de su lenta perdición. La química entre Ejiofor y Juliet Stevenson, que interpreta a Desdémona, es palpable y añade una capa de complejidad a la relación. Stevenson, por su parte, evita caer en la caricatura del personaje, mostrando una Desdémona a la vez vulnerable, intelectual y consciente de su propia condena. La interpretación de Stephen McKinley Comyn como Iago es de las más convincentes, creando un villano inquietante y carismático, con una sutileza que lo hace aún más amenazante.
El guion, adaptado por Scott y Sharleen van Engen, aprecia la esencia de la obra original de Shakespeare, pero lo hace con un enfoque más moderno y psicológico. Aunque elimina algunos elementos superfluos, logra mantener la intensidad de la trama y la profundidad de los personajes. Se presta especial atención a la dinámica de poder y la manipulación, elementos cruciales para comprender la tragedia. Sin embargo, la película podría haberse beneficiado de un ritmo ligeramente más pausado, para permitir que la tensión y el suspense se acumularan aún más. La decisión de mostrar la confesión de Iago a Otelo, en lugar de hacerlo mediante un dialogo interno, podría ser cuestionada por algunos puristas de Shakespeare, aunque la imagen visual es impactante.
En definitiva, “Otelo” es una película perturbadora, inteligente y visualmente impresionante, que demuestra la vigencia atemporal de la obra de Shakespeare. Es una experiencia cinematográfica que te dejará reflexionando sobre el poder de la duda, la fragilidad de la confianza y la capacidad destructiva de la envidia.
Nota: 8.5/10