Ovejas asesinas (2007)

“Ovejas asesinas” (Sheepdog) es una propuesta visceral y, en última instancia, decepcionante que, a pesar de ofrecer un concepto inicial inquietante y un visual impactante, carece de la profundidad narrativa y el desarrollo de personajes que le permitirían superar las limitaciones de su premisa. La película, dirigida por Andrew Patterson, se centra en un experimento científico en un entorno rural aislado, donde el Dr. Woolley (Tom Taylor) ha estado obsesionado con la creación de la "oveja perfecta" a través de una agresiva manipulación genética. La película no se preocupa por explicar en detalle la ciencia detrás de este proyecto, limitándose a presentarla como un hecho establecido y un catalizador del horror.

Patterson demuestra una notable habilidad para crear una atmósfera de tensión constante y claustrofobia. La cámara, en su mayoría en movimiento continuo, utiliza la inmensidad del paisaje neozelandés para generar una sensación de soledad y vulnerabilidad, amplificando la amenaza que se avecina. Las secuencias de ataque de las ovejas mutantes son, sin duda, el punto fuerte de la película. Patterson se esfuerza por que estas no sean simplemente “ovas asesinas”, sino depredadores torpes y desorientados, lo que añade un elemento de perturbadora extrañeza. Sin embargo, la repetición constante de estos ataques, aunque efectiva inicialmente, termina volviéndose predecible y, en cierto modo, agotadora.

La película se centra en el Dr. Woolley y su asistente, Emily (Ngaa Williams), quienes intentan contener la situación y recuperar el control de las ovejas. Aunque Williams ofrece una actuación convincente como una mujer atrapada en circunstancias horribles, la caracterización del Dr. Woolley es terriblemente plana. Tom Taylor transmite un aura de obsesión fanática, pero su personaje carece de profundidad emocional, lo que dificulta la empatía del espectador. La dinámica entre ambos personajes, potencialmente rica en tensión y conflicto, se siente superficial y simplificada.

El guion, aunque efectivo en la construcción de la atmósfera de horror, se basa en clichés del género y carece de originalidad. Las motivaciones de los activistas medioambientales, que liberan al cordero mutante, son prácticamente inexistentes y su presencia se siente más como una conveniencia narrativa que como un elemento central de la historia. La película, en esencia, es una serie de sustos y persecuciones, pero se apoya en la anticipación y el montaje frenético en lugar de en una historia sólida. La dirección, aunque competente, se ve limitada por la falta de sustancia en la trama. La película intenta evocar sentimientos de desesperación y pérdida, pero termina siendo más un ejercicio de "jump scares" que un relato coherente sobre el peligro de la ambición científica desmedida.

Nota: 6/10