Overlord (2018)

“Overlord” es más que una simple película de guerra; es un descenso inquietante y visceral a la oscuridad de la humanidad, envuelto en el contexto claustrofóbico de la invasión aliada a la Francia ocupada por la Alemania nazi. La cinta, a cargo de Gareth Edwards, director conocido por su trabajo en “Rogue One: Una historia de Star Wars”, se aleja de la acción explosiva que suele asociarse con la compañía Bad Robot, y se centra en la creación de una atmósfera de terror psicológico que se siente palpable desde el principio. Edwards demuestra una maestría particular en el manejo del suspense, construyendo la tensión lentamente, utilizando la oscuridad, el sonido y la locación para generar un miedo que es interno y perturbador, en lugar de depender de sustos fáciles.

El guion, adaptado de la novela homónima de Richard Harding Davis, es sorprendentemente ambicioso. Si bien la premisa inicial puede parecer sencilla –un equipo de soldados aliados se encuentra con un ejército de soldados genéticamente modificados–, la película explora temas profundos sobre la guerra, la moralidad, el sacrificio y los límites de la ciencia. No se trata simplemente de un “contraataque” a los nazis; la amenaza real reside en la experimentación desmesurada y en la pérdida de la humanidad que está ocurriendo. El guion, aunque a veces un poco lento, es inteligente y provoca la reflexión sobre las consecuencias de una ambición desmedida y la facilidad con la que se puede deshumanizar a los demás en tiempos de conflicto. Sin embargo, debo reconocer que el ritmo desigual, con algunos momentos que se sienten excesivamente prolongados, puede frenar el desarrollo de la historia.

Las actuaciones son notables. Andrew Scott, como el sargento Kyle Hill, ofrece una interpretación convincente como un hombre atormentado por sus experiencias y que lucha por mantener su cordura frente a lo que presenciona. Su fragilidad emocional y su creciente desesperación son elementos centrales para la inmersión del espectador en la historia. Sam Claflin, como el protagonista Ben Driscoll, logra un equilibrio interesante entre la determinación y el creciente trauma. Aunque su personaje puede resultar a veces unidimensional, la interpretación de Claflin es sólida y transmite la angustia de un hombre que ha sido obligado a participar en un horror que no puede comprender completamente. El resto del reparto, incluyendo a Toby Jones, aporta profundidad y credibilidad al mundo opresivo que Edwards ha creado.

Visualmente, “Overlord” es impresionante. La fotografía de Rob Garbett, con su uso de la oscuridad, la luz y los colores apagados, contribuye enormemente a la atmósfera de terror. Las escenas de acción son brutales y realistas, evitando el exceso de artificio y centrándose en el impacto visceral de la violencia. La producción de diseño es impecable, creando un entorno sucio, decadente y desolador que refleja el estado mental de los personajes. El uso del sonido es particularmente efectivo, generando una sensación constante de inquietud y anticipación. En resumen, "Overlord" es una película que no se conforma con ofrecer un simple entretenimiento; es una experiencia cinematográfica perturbadora que te perseguirá mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10