Pánico a la deriva (2022)

“Pánico a la deriva” (Adrift) no es, en absoluto, el thriller de supervivencia que la sinopsis inicial sugiere. Se trata, en realidad, de una historia conmovedora y sorprendentemente sutil sobre la resiliencia del espíritu humano, la fragilidad de la relación y la implacabilidad del océano. La película, dirigida con maestría por Baltasar Kormún, se centra menos en la acción de acción y más en la lenta erosión de la esperanza y la desesperación ante un desastre natural de proporciones épicas. Y esa es su principal fortaleza: su enfoque introspectivo.

La dirección de Kormún es impecable, tanto en lo técnico como en lo narrativo. La película se construye con una meticulosa atención al detalle, con planos submarinos que nos sumergen en el terror y la belleza del océano, y con una fotografía que aprovecha al máximo la luz y la sombra para amplificar el dramatismo. El uso del color es particularmente efectivo, oscureciendo la escena cuando la situación empeora, y dándole un tono verdoso y inquietante al entorno submarino, donde la supervivencia se convierte en una lucha constante contra la oscuridad. Además, la banda sonora, aunque discreta, acompaña con precisión la evolución de los personajes y la atmósfera general.

La química entre Shailene Woodley y Robert Redford es el corazón de la película. Woodley, como Cal, ofrece una interpretación deslumbrante, transmitiendo con una naturalidad asombrosa el miedo, la determinación y la lucha interna de una mujer que se ve obligada a enfrentarse a la peor versión de sí misma. Redford, por su parte, aporta una elegancia y un peso emocional que contrastan con la juventud y la vulnerabilidad de Cal. La relación entre ambos se siente orgánica y creíble, y su evolución a lo largo de la película es el motor de la trama. La complejidad de sus personajes, marcada por el orgullo y el pasado, se revela poco a poco, dando lugar a un conflicto interno que añade profundidad a la historia.

El guion, adaptado de un relato real, no recurre a clichés del género de supervivencia. La película no glorifica la fuerza bruta o la supervivencia a toda costa. En cambio, se centra en la importancia de la comunicación, el apoyo mutuo y la capacidad de mantener la esperanza en medio de la desesperación. El ritmo es deliberadamente lento, permitiendo que el espectador experimente el trauma y la angustia de los personajes de forma gradual. Los momentos de tensión son creíbles y se generan más por la atmósfera que por efectos especiales grandilocuentes. Quizás su menor duración (aproximadamente 90 minutos) pueda resultar un poco restrictiva para algunos, pero es precisamente esa condensación lo que le permite mantener la intensidad dramática sin perder el rumbo.

En definitiva, “Pánico a la deriva” es una película potente y emotiva que va más allá de la simple historia de supervivencia. Es una meditación sobre el amor, la pérdida y la capacidad humana para resistir ante la adversidad. Una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 8/10