París puede esperar (2016)

“París puede esperar” es, en esencia, una reivindicación del placer, de la alegría y de la importancia de saborear el presente, incluso cuando la vida nos presenta caminos inesperados y la rutina amenaza con sofocar nuestros deseos. La película, dirigida con una elegancia discreta por François Ozon, se aleja deliberadamente de la grandilocuencia y la complejidad, optando por una narrativa sencilla y un ritmo pausado que invita a la contemplación. No se trata de una película que ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la felicidad, el matrimonio y el auto-descubrimiento. El resultado es una experiencia cinematográfica agradable y, a mi juicio, sorprendentemente refrescante.

La dirección de Ozon es magistral en su manejo de la luz y el color. El film se envuelve en una paleta visual cálida y seductora, que evoca la belleza y la atmósfera particular de París. Cada plano está cuidadosamente compuesto, con una atención al detalle que contribuye a la sensación de inmersión. Sin embargo, la verdadera fortaleza de la película reside en las actuaciones de Anne Hathaway y Benjamin Mendy. Hathaway, en particular, ofrece una interpretación convincente y matizada, transmitiendo la vulnerabilidad y la creciente vitalidad de Anne con una sutileza admirable. Mendy, por su parte, aporta una dulzura y una ternura genuinas a su personaje, logrando conectar con el espectador a pesar de la relativa brevedad de su aparición en pantalla. La química entre los dos actores es palpable y crucial para el éxito del film. Su interacción, llena de momentos de humor y de complicidad, es el corazón del argumento.

El guion, adaptado de la novela homónima de Sylvia Kopin, es donde reside la mayor debilidad de la película, aunque no la menosprecia. Si bien la premisa es interesante y la narrativa general es efectiva, el guion a veces resulta un tanto superficial. Los diálogos, en ocasiones, carecen de profundidad y algunos personajes secundarios se sienten planos y poco desarrollados. No obstante, la película se centra en la transformación interior de Anne, y el guion logra transmitir con éxito la sensación de que la experiencia en París la cambia para siempre. El film no busca grandes explosiones dramáticas, sino que se centra en los pequeños detalles, en las sonrisas compartidas y en la simple gratitud por el presente. La película captura la belleza de los encuentros fortuitos, del descubrimiento de lugares inesperados y de la posibilidad de reinventarse a uno mismo. No es un drama trascendental, sino una celebración de la vida en toda su plenitud.

En definitiva, "París puede esperar" es una película disfrutable que ofrece un respiro del cine contemporáneo. No es perfecta, pero su atmósfera envolvente, sus actuaciones sólidas y su mensaje optimista la convierten en una propuesta interesante y recomendable para aquellos que busquen una experiencia cinematográfica ligera, agradable y que incite a reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Nota: 7/10