“París-Manhattan” es, en su esencia, una película de Woody Allen que a veces se siente más como un ejercicio de familiaridad que de innovación. La película, dirigida y protagonizada por el propio Allen, nos devuelve a una Alice, interpretada con su habitual gracia y una sutil melancolía por Jeanne Dielman, a la que la actriz ha prestado homenaje, y a una relación más conflictiva y ambigua que nunca. La película se centra en la vida de Alice, una farmacéutica en Nueva York, que, contra todo pronóstico, parece no desear una relación sentimental. Esta aparente indiferencia, alimentada por una familia profundamente preocupada por su soltería, la convierte en el catalizador de una comedia de enredos con un punto de drama existencial que, aunque presente, no alcanza la profundidad que podría haber logrado.
La dirección de Allen es, como siempre, impecable en la construcción de la atmósfera. La película se adhiere a un ritmo pausado, casi contemplativo, que refleja la introspección de la protagonista. Utiliza la cámara de manera precisa, observando a los personajes en sus rutinas cotidianas, sus pequeñas frustraciones y sus momentos de humor. El uso de la música, una banda sonora cuidadosamente seleccionada, refuerza la atmósfera onírica y las reflexiones filosóficas que subyacen a la trama. Sin embargo, este ritmo lento, que es una característica distintiva del cine de Allen, puede resultar aburrido para algunos espectadores más modernos, acostumbrados a una narrativa más dinámica.
Las actuaciones son sólidas. Scarlett Johansson ofrece una interpretación matizada de Alice, mostrando su incomodidad, su sarcasmo y, finalmente, su vulnerabilidad. La química con Jesse Eisenberg, que interpreta a Victor, es genuina y divertida. Eisenberg, como suele hacer, aporta un aire de intelectualidad y un humor inteligente que complementa perfectamente la actitud de Alice. La película, además, cuenta con un elenco de secundarios excepcionales, incluyendo a Parker Posey, que interpreta a la excéntrica y desquiciada, pero fascinante, amiga de Alice. La presencia de estos personajes secundarios es vital para enriquecer el mundo en el que se mueve la protagonista.
El guion, como es habitual, explora temas complejos como el amor, la soledad, la familia, la neurosis y la búsqueda de significado en la vida. Allen, sin embargo, no se aventura en territorios particularmente nuevos. Las reflexiones sobre la naturaleza del amor y las relaciones humanas son clásicas de Allen y, aunque bien ejecutadas, carecen de una chispa original. La comedia se mezcla con el drama, pero a veces resulta un poco forzada, como cuando se recurre a la intervención de Woody Allen en forma de mensajes imaginarios. La película, en definitiva, se siente como un estudio de caso sobre la protagonista, más que como una narrativa que nos invite a reflexionar sobre la condición humana. A pesar de ello, la película logra mantener el interés gracias a la brillantez de las actuaciones, la dirección impecable de Allen y su atmósfera particular.
Nota: 7/10