Passion simple (2021)

“Passion Simple”, la película de Andrey Zvyagintsev, no es un melodrama convencional, aunque por momentos evoca la intensidad de uno. Más que una historia de amor, es una meditación sobre la soledad, la incomunicación y la dificultad inherente a conectar con otro ser humano en un mundo cada vez más fragmentado. La película se centra en la relación entre Dimitri (Timofey Filippov) y Isabelle (Sandrine Bonnaire), dos individuos que se encuentran en París y, con una gradualidad casi meditativa, desarrollan una conexión profunda, aunque nunca completamente explicada. La belleza de la película reside precisamente en esa ambigüedad, en la sugerencia de lo que no se dice, en las miradas silenciosas y en los gestos que revelan más que las palabras.

Zvyagintsev, conocido por su mirada cruda y su estilo visual distintivo, dirige con un control exquisito. La fotografía de Thierry Fréget es, en esencia, un personaje más de la película. Emplea una paleta de colores apagados, casi monocromáticos, que reflejan la atmósfera melancólica y la sensación de aislamiento de los protagonistas. París se presenta como un escenario impersonal y frío, donde la individualidad se diluye en la multitud. La dirección de Zvyagintsev es deliberadamente minimalista, permitiendo que la historia se desarrolle a través de la sutil expresividad de los actores y del lenguaje visual. No hay explosiones de emoción, ni persecuciones frenéticas; el ritmo es lento, intencionalmente, para que el espectador sienta la quietud y la tensión subyacente.

Las actuaciones de Timofey Filippov y Sandrine Bonnaire son, sin duda, la piedra angular de la película. Filippov, como Dimitri, interpreta al hombre de una manera profundamente reservada y misteriosa. Evita cualquier exhibición de afecto, transmitiendo una sensación de vulnerabilidad y anhelo que resulta particularmente conmovedora. Bonnaire, por su parte, ofrece una interpretación honesta y compleja de Isabelle, una mujer inteligente, independiente y ligeramente distante, que lucha por conectar con su propia humanidad. Su mirada, en particular, es un pozo de emociones contenidas. La química entre los dos actores es palpable, no en un sentido romántico convencional, sino en un nivel más fundamental de comprensión mutua, aunque sea efímero.

El guion, coescrito por Zvyagintsev y Juriy Danilov, es excepcionalmente inteligente. Evita los clichés del género romántico y se centra en la exploración de la desconexión. La relación entre Dimitri e Isabelle se desarrolla a través de encuentros casuales, breves conversaciones y miradas intensas. El guion plantea preguntas profundas sobre la naturaleza del amor, la identidad y la búsqueda de significado en la vida moderna. No se ofrece ninguna resolución fácil; la película termina con una sensación de resignación y pérdida, dejando al espectador con la incertidumbre de si la conexión entre los personajes valió la pena. Es una película que te obliga a reflexionar sobre la belleza del silencio y la importancia de la autenticidad en nuestras relaciones.

Nota: 8/10