“Pastoral americana” es una película que no busca agradar; busca confrontar. La obra de Robert Frank, ya en su tercera versión cinematográfica, es una radiografía visceral y perturbadora de la decadencia moral y el desmantelamiento de los ideales estadounidenses en la década de 1960. Más que una simple historia de desaparición, es un ejercicio de cine autoral que, en su innegable complejidad, exige paciencia y una disposición a dejarse llevar por su desorientadora atmósfera.
La película, con la dirección de Frank y los relatos de varios guionistas, se centra en Seymour Lvov, interpretado magistralmente por Bruno Ganz. Su figura, un hombre de negocios sueco radicado en Estados Unidos, encarna la aparente estabilidad y el éxito, pero su mundo se desmorona con la desaparición de su hija, Merry. Sin embargo, la búsqueda de Merry no es el núcleo central. Más bien, Frank utiliza esta desaparición como detonante para explorar la fragilidad de la familia, la alienación, la paranoia y el sentimiento de pérdida que impregnaban la sociedad estadounidense de la época. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que presenta un panorama fragmentado y en constante movimiento, visualmente documentado con la icónica cámara a la mano de Frank, que confiere a la imagen una crudeza y una autenticidad inigualables.
Las actuaciones son sumamente contundentes, aunque no en el sentido tradicional de la interpretación. Bruno Ganz, en particular, ofrece una actuación minimalista pero absolutamente eficaz. Su presencia en pantalla, a menudo silenciosa y contemplativa, es suficiente para transmitir la angustia, la confusión y la desesperación de un hombre desorientado por los acontecimientos. El resto del elenco, compuesto por personajes secundarios que parecen sacados de una pintura existencial, contribuye a la atmósfera general de desasosiego.
Lo que realmente destaca de “Pastoral americana” es el guion. No se basa en una trama lineal, sino que se construye a partir de secuencias cortas, aparentemente desconectadas, que se van ensamblando gradualmente para revelar una visión compleja y multifacética de la época. La película no glorifica el sueño americano, sino que lo disecciona, revelando sus contradicciones, su hipocresía y su incapacidad para ofrecer un futuro seguro. Frank utiliza el documental como pretexto para explorar la violencia, la sexualidad, la pobreza y la alienación, elementos que se entrelazan para crear una imagen perturbadora pero profundamente verosímil de la América de los años 60.
Visualmente, la película es una obra maestra. La fotografía, la edición y la banda sonora contribuyen a crear una atmósfera opresiva y onírica. La película es también una crítica contundente a las convenciones narrativas tradicionales, desafiando al espectador a cuestionar lo que ve y a interpretar la película por sí mismo. Es un cine que requiere una experiencia activa, donde el espectador es, en última instancia, un participante en la construcción del significado.
Nota: 8.5/10