Pastorela (2011)

“Pastorela” no es una película que te conquista desde el primer minuto, ni tampoco que te deje con una sonrisa tonta y un sentimiento de euforia. Es, sin embargo, una película que se insinúa bajo la piel, una reflexión incómoda y a la vez profundamente humana sobre la tradición, la fe, la identidad y el choque entre el antiguo y lo nuevo. Dirigida con una sensibilidad cautelosa por parte de David Velázquez, la película se centra en Jesús Juárez, interpretado con una intensidad cruda y aterradora por Carlos Acevedo, un hombre consumido por la tradición de ser el Diablo en la pastorela de San Juan de Nenepilco.

Acevedo ofrece una actuación magistral, logrando transmitir tanto la carga de la tradición, la necesidad imperiosa de encarnar al mal en la pastorela, como el dolor latente de un hombre atrapado en un rol que lo define desde la infancia. No es un villano caricaturesco, sino una figura trágica, definida por un ritual que le ha robado su propia vida. La película no se limita a mostrarlo como un “diablo”, sino a revelar las profundas heridas emocionales que le han moldeado. La dirección de Velázquez se encarga de no juzgar al personaje, sino de presentar su historia con una mirada empática, invitando al espectador a cuestionarse el significado detrás de las creencias y los rituales.

El guion, adaptado de la obra teatral homónima de Miguel Ángel Nuñez, es donde reside la mayor fuerza de la película. No busca la espectacularidad, sino que se centra en el diálogo y en la construcción psicológica de los personajes. La llegada del nuevo párroco, Edmundo Posadas (interpretado con una serenidad imperturbable por Ricardo Valerio), representa la entrada de una nueva era, un intento de modernizar las creencias, pero también de confrontar la resistencia al cambio. La tensión entre el viejo y el nuevo, entre la tradición y la fe renovada, es palpable y genera un conflicto interno no solo en los personajes, sino también en el espectador. La película evita soluciones fáciles, prefiriendo mostrar las complejidades de la situación y la dificultad de reconciliar el pasado con el presente.

Visualmente, “Pastorela” se mantiene sobria y austera, optando por una fotografía que resalta la atmósfera opresiva y melancólica de Nenepilco. Los colores apagados y la iluminación natural contribuyen a crear un ambiente de desasosiego y reflexión. La banda sonora, compuesta por Jorge Rosas, es fundamental para subrayar la intensidad emocional de la película, utilizando melodías que evocan la tradición, la pérdida y la esperanza. Es un acompañamiento perfecto para la atmósfera general y refuerza la fuerza de las escenas más dramáticas.

En definitiva, “Pastorela” es una película que no pretende impresionar con efectos especiales o grandes despliegues de acción. Su valor reside en su capacidad para generar reflexión y cuestionamiento, para mostrar la complejidad de las creencias y la lucha interna entre el pasado y el presente. No es una película fácil de ver, pero sí es una experiencia cinematográfica valiosa y memorable.

Nota: 7.5/10