“Pequeña flor” es una película que se aferra a la ambigüedad, dejando al espectador contemplando las fronteras entre la realidad y la percepción. Dirigida por la dupla franco-argentina Valérie Grabowski y Quentin Dupieux, la cinta se presenta como un ejercicio de atmósfera y de sugerencia, no como una narración lineal y explícita. El resultado es, a veces, inquietante y otras, profundamente evocador. Y me parece una de las películas más originales y sorprendentes del año.
El guion, en manos de Dupieux, es el corazón palpitante de la película. Se basa en la idea central del “efecto de pequeño-flor”: un momento aparentemente insignificante – escuchar una pieza musical en particular – desencadena una serie de eventos que alteran radicalmente la vida de José (interpretado con una belleza melancólica por Ricardo Darín). No se busca una justificación lógica para este evento, y esa es precisamente su fuerza. La película no se dedica a explicar qué ocurre; se concentra en observar las consecuencias de este “efecto” y en la evolución del protagonista. La escritura se mueve con una delicadeza casi quirúrgica, creando un espacio de incertidumbre que invita a la reflexión sobre la fragilidad de la realidad y la manera en que nuestras percepciones pueden ser manipuladas. La tensión no reside en la acción, sino en la sensación de que algo está fuera de lugar, en la inquietante certeza de que las cosas no son lo que parecen.
La dirección de Valérie Grabowski es magistral. Utiliza la cámara de manera minimalista, enfocándose en los detalles, en las miradas, en las expresiones sutiles de los personajes. Hay una belleza inherente en la fotografía, con una paleta de colores apagados, con tonos grises y azulados que refuerzan la atmósfera de ensueño y de melancolía. Las escenas son largas, pausadas, permitiendo que la tensión se acumule lentamente. La película no necesita diálogos extensos; la comunicación se realiza a través de miradas, gestos, e incluso el silencio. Se presta mucha atención a los espacios, a la arquitectura de la ciudad, que se convierten en personajes secundarios en sí mismos.
Las actuaciones son sobresalientes. Ricardo Darín ofrece una interpretación impecable. Captura a la perfección la vulnerabilidad, la confusión y la desesperación de José. Se ve en él un hombre que se siente perdido, desorientado, y que lucha por aferrarse a lo que considera realidad. El resto del elenco, incluyendo a Stéphanie Blanchaud como su esposa, y a Sasha Baranova como la joven que le ofrece un pequeño refugio, aportan un peso emotivo importante a la narrativa. Aunque las interpretaciones sean sutiles, logran transmitir la complejidad de las emociones de cada personaje.
En definitiva, “Pequeña flor” es una película que requiere paciencia y una mente abierta. No es un entretenimiento ligero y directo. Es una experiencia cinematográfica que te invita a cuestionar tus propias percepciones y a reflexionar sobre la naturaleza de la realidad. Es una película inolvidable, con una belleza inquietante y una fuerza emocional palpable. Es una obra que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar.
Nota: 8.5/10