“Perversidad” es una película que se instala bajo la piel, no por su impacto visual o virtuosismo técnico, sino por la inquietante sensación de desengaño y la gradual erosión de la identidad de su protagonista. La dirección de Daniel Alterman es precisa, evitando el melodrama y optando por un tono observador y, a menudo, sombrío. Se centra en el interior de Christopher Cross, interpretado con una contención casi dolorosa por parte de Benjamin Livaratan. Su personaje no es un héroe, ni un villano, sino un hombre ordinario, vulnerable y fácilmente manipulable, cuya desesperación por encontrar una conexión emocional lo lleva a ser víctima de una elaborada estafa.
Livaratan ofrece una actuación magistral, retratando la lenta desintegración de la confianza de Christopher, un proceso visualmente representado a través de sus ojos, captados con una cinematografía que oscila entre la nitidez y la niebla, simbolizando la creciente confusión y la pérdida de referencia. La película no se dedica a mostrar explícitamente las manipulaciones, sino que nos las presenta a través de las reacciones de Christopher: sus miradas, sus gestos, la creciente incomodidad en su rostro. Esta sutileza es, a mi parecer, el punto fuerte de la película. La complicidad de la cámara, junto con el uso inteligente del sonido, crea una atmósfera de tensión constante y un palpable sentimiento de vulnerabilidad para el espectador.
El guion, adaptado del relato de Ana María Shiraishi, es un ejercicio de paciencia. No se apresura a revelar los detalles de la trama, permitiendo que la verdad se filtre de forma gradual. La historia de Christopher y la mujer, interpretada con una frialdad calculada por Constanza Egurrola, es, en esencia, una parábola sobre la importancia de la autenticidad y las consecuencias de la ilusión. El personaje de la mujer, aunque carente de profundidad psicológica, funciona como catalizador de la autodestrucción de Christopher, un espejo que refleja sus propias inseguridades y deseos. El romance, si se puede llamar así, es superficial, pero sirve para intensificar el drama de la situación y la sensación de que el protagonista está siendo, literalmente, construido a medida de sus fantasías.
A pesar de su ritmo pausado, “Perversidad” es una película que invita a la reflexión. No ofrece soluciones ni juicios morales, sino que se centra en las zonas grises de la condición humana, en la fragilidad de la identidad y en la facilidad con la que podemos ser víctimas de nuestras propias ilusiones. La película no es fácil de ver, y requiere una cierta inversión de tiempo y atención por parte del espectador, pero su mensaje, aunque ambiguo, es poderoso y duradero. Es una obra que, a posteriori, te invita a cuestionar la realidad que percibimos y la manera en que construimos nuestras relaciones.
Nota: 7/10