“Perversión en las aulas” es, sin duda, una de las películas más perturbadoras que he visto en los últimos tiempos. Dirigida por el joven y prometedor Gabriel Bönisch, la película se adentra en un territorio oscuro y desconocido, explorando la fragilidad de la inocencia, la corrupción subyacente en las instituciones y la peligrosa dinámica de poder entre profesores y alumnos. No es una película fácil de ver, y mucho menos de olvidar. El director consigue crear una atmósfera opresiva desde sus primeras escenas, utilizando una paleta de colores apagados y una fotografía que enfatiza las sombras, generando una sensación constante de inquietud y amenaza.
La historia, aunque aparentemente sencilla, plantea cuestiones éticas y psicológicas complejas. Paul Resse, interpretado magistralmente por Thomas Kretschmann, se encuentra atrapado en una escuela religiosa donde la disciplina se manifiesta de una manera inquietante y, en muchos casos, cruel. Kretschmann ofrece una actuación sutil pero profundamente impactante, transmitiendo la creciente angustia y desesperación del profesor ante lo que presenciona. Su personaje no es un villano, sino un hombre luchando por entender la realidad que le rodea y por proteger a los alumnos, aunque sus métodos sean, a veces, cuestionables. La película no juzga a Resse, sino que lo sumerge en un dilema moral sin ofrecerle soluciones fáciles.
El guion, firmado por Bönisch y Christian Krey, destaca por su lentitud deliberada y su enfoque en la construcción del suspense. No se apresuran a mostrar las “perversiones”, sino que las dejan insinúarse, creando una tensión constante que se alimenta del silencio y la evasión de los alumnos. Las escenas donde se revelan las lesiones, a través de diálogos mínimos y miradas significativas, son particularmente efectivas, ya que se centran en la reacción de los personajes y en la atmósfera general, más que en la propia violencia física. La película se beneficia de una banda sonora minimalista pero evocadora, que complementa la inquietud visual y narrativa. La dirección de fotografía, como se ha mencionado, es fundamental para el éxito de la película, creando un ambiente claustrofóbico y desolador que se aferra al espectador incluso después de que la pantalla se apaga.
Sin embargo, la película no está exenta de ciertos problemas. La lentitud, que es una de sus principales fortalezas, también puede ser vista como una debilidad por algunos espectadores. La trama, aunque bien construida, podría beneficiarse de cierta mayor ambigüedad al final, dejando menos espacio para la interpretación personal. No obstante, la dirección, la actuación de Kretschmann y la atmósfera general logran compensar estas posibles deficiencias, creando una experiencia cinematográfica inolvidable y, en cierto modo, perturbadora. Es una película que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la autoridad, la responsabilidad y los límites de la moralidad.
Nota: 8/10