“Picnic en Hanging Rock” no es una película que te seduce, sino que te envuelve. Es una experiencia cinematográfica, casi ritualística, que se instala en la mente y permanece mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar. Les recomendamos al espectador que abandonen, por lo menos inicialmente, cualquier intento de análisis lineal y se permitan ser absorbidos por la atmósfera densa y el paisaje australiano que domina la narrativa.
La película, dirigida con una maestría absoluta por Peter Weir, se centra en un día aparentemente ordinario en la escuela Appleyard, transformándose en un irreal y perturbador descenso a lo desconocido. La ambientación, sin duda, es uno de los pilares fundamentales de la película. Weir, con la colaboración del legendario diseño de producción Brian James, recrea un entorno vasto, inmenso y casi sagrado. Hanging Rock, con sus imponentes formaciones rocosas y su belleza salvaje, no es solo un escenario, sino un personaje más, un testigo silencioso de los eventos que allí transcurren. La paleta de colores, predominantemente terrosa y ocres, contribuye a la sensación de aislamiento y misterio que permea la película.
El guion, adaptado de la novela de Joan Lindsay, es delicadamente complejo y, a menudo, ambiguo. No busca responder a todas las preguntas. Weir se enfoca en las emociones y en los fragmentos de memoria de las protagonistas, dejando al espectador con la incertidumbre de saber realmente qué ocurrió. Las actuaciones son impecables, destacando especialmente la de Lyndra Johnson como Miranda, una estudiante vulnerable y enigmática que se convierte en el centro de la narrativa. El papel de Rachel Griffiths como la profesora McPherson es crucial; su personaje, atormentado y distante, encarna la fragilidad y la pérdida de control. La química entre las actrices, especialmente Johnson y Griffiths, es palpable y fundamental para generar la tensión dramática que caracteriza la película.
Sin embargo, "Picnic en Hanging Rock" no es una película fácil. Su ritmo lento, la falta de diálogo explícito y su enfoque en lo visual pueden frustrar al espectador acostumbrado a narraciones más directas. La película juega con la percepción del tiempo, la memoria y la realidad, generando una sensación constante de inquietud y desasosiego. No se trata de un thriller convencional; es una reflexión sobre la juventud, la pérdida, la belleza y el poder de la naturaleza. El uso de la fotografía en blanco y negro es magistral, acentuando el drama y la paleta de colores limitados, realzando el impacto visual de las escenas más surrealistas. La música, sutil y evocadora, refuerza la atmósfera de ensueño y peligro latente.
A pesar de su lentitud, la película es un logro cinematográfico que merece ser visto y analizado. Es una obra que exige una atención plena y una mente abierta. No pretende dar respuestas fáciles, sino estimular la reflexión y el debate sobre los misterios de la vida y la condición humana. Es una experiencia cinematográfica inmersiva, inolvidable y profundamente perturbadora.
Nota:** 8.5/10