“Piernas de terciopelo” (Ruby Lips) de la directora Jane Campion es una película agridulce, sorprendentemente sutil y perturbadora que se aferra a la memoria y a la innegable complejidad de la relación entre una hija y su padre. La película, ambientada en la Nueva Zelanda de la década de 1920, no ofrece un melodrama fácil y desenfadado, sino una exploración profunda de la pérdida, la ambición, la lealtad y el precio de la libertad. Campion, reconocida por su aguda observación del personaje femenino y su manejo de la narrativa no lineal, regresa a los escenarios de su debut, ofreciendo una visión más madura y sofisticada del tema que abordó en su obra anterior.
El guion, adaptado de la novela homónima de Miriam Heiden, es el corazón de la película. Campion no se limita a narrar una historia de supervivencia. El guion se centra en el proceso de reconstrucción personal de Blue (Thomasin McKenzie), quien, tras la muerte de su padre, un saxofonista de jazz, se ve obligada a tomar el control de su destino y aceptar un destino que, aunque aparentemente degradante, le permite mantener una forma de autonomía. La narrativa fluye con una belleza inquietante, saltando entre el presente –la vida en el brothel– y los recuerdos fragmentados de Blue con su padre. Estas transiciones, cuidadosamente construidas, sirven para intensificar el sentimiento de añoranza y para subrayar la lucha interna de la protagonista.
Thomasin McKenzie ofrece una interpretación particularmente potente. Su Blue es una joven marcada por la tristeza y el resentimiento, pero también por una resiliencia silenciosa. McKenzie logra transmitir con precisión la dualidad de su personaje: su deseo de escapar de las circunstancias, su confusión y su necesidad de establecer límites. El personaje de Ham (James Fobbey) –el padre de Blue– es complejo y ambiguo. Aunque su muerte es el catalizador de la historia, su presencia se siente a través de los recuerdos y de las cicatrices que deja en Blue. Fobbey aporta una profundidad emocional a un papel que podría haber sido reducido a un simple cliché.
Campion logra una atmósfera visualmente impactante, utilizando la fotografía en blanco y negro para evocar el ambiente opresivo y nostálgico del brothel, pero también para resaltar la belleza melancólica del paisaje neozelandés. El diseño de producción es impecable, sumergiendo al espectador en la época y en el entorno. La banda sonora, compuesta por Jocelyn Pook, es igualmente efectiva, complementando la atmósfera visual y emotiva de la película. Campion no rehúye de los detalles desagradables de la vida en un establecimiento como ese, pero los presenta con una sensibilidad que evita la explotación y se centra en el impacto psicológico en los personajes. “Piernas de terciopelo” no es una película fácil de ver, pero sí es una película profundamente conmovedora y reflexiva, que invita a la reflexión sobre la libertad, la identidad y el legado de nuestras relaciones.
Nota: 8.5/10