Polar Express (2004)

“Polar Express” (2004) es una película que, a pesar de las décadas que han transcurrido desde su estreno, sigue generando debate. No es una obra maestra, pero tampoco un mero ejercicio de marketing navideño. Subyace en su trama, una reflexión sobre la pérdida de la inocencia y la importancia de mantener viva la fe en la magia, aunque sea en lo más profundo del corazón. La película nos presenta a Thomas, un niño escéptico que, en la víspera de Navidad, decide embarcarse en un viaje mágico a bordo del Polar Express, un tren que lo lleva directamente al Polo Norte.

La dirección de Robert Zemeckis, aunque con su característica tendencia a la captura de movimiento, logra crear un ambiente visualmente atractivo. El tren, en sí mismo, es una maravilla de diseño y movimiento, y la recreación del Polo Norte, aunque ligeramente artificial, ofrece imágenes cautivadoras. Sin embargo, la dependencia excesiva de la captura de movimiento, especialmente en las primeras escenas, a veces resulta forzada y distrae de la inmersión en la historia. Zemeckis se apoya fuertemente en la tecnología, a veces sacrificando la naturalidad y la conexión emocional, lo que afecta la experiencia del espectador. La banda sonora, aunque emotiva, se siente a veces como una herramienta de manipulación emocional más que como parte orgánica de la narrativa.

Las actuaciones, en general, son correctas pero no destacadas. Tom Hanks, como el padre de Thomas, aporta un matiz de ternura y sabiduría que equilibra la incredulidad inicial del protagonista. Chris Evans, como el conductor del Polar Express, ofrece una presencia imponente y un encanto genuino. Sin embargo, el resto del elenco, principalmente en los efectos de captura de movimiento, no logra transmitir la emoción y la profundidad necesarias para generar una conexión real con los personajes. La interpretación de Billy Boyd, como el cuidador del tren, es particularmente decepcionante, carente de la vitalidad que el personaje exige.

Lo que realmente preocupa de “Polar Express” es su guion. Aunque la premisa es interesante, la trama se siente predecible y carente de complejidad. La historia de Thomas y su descubrimiento del espíritu navideño se desarrolla de una manera demasiado simplificada y sin la profundidad necesaria para resonar con el espectador. Se recurre a clichés y a un mensaje moralista, sin profundizar en las razones detrás de la duda o la incredulidad de Thomas. La película asume que el espectador necesita una lección de Navidad explícita y, en el proceso, sacrifica la ambigüedad y la oportunidad de una reflexión más introspectiva.

A pesar de sus fallas, “Polar Express” sigue siendo un esfuerzo visualmente ambicioso y con un mensaje positivo. Es una película para ver con niños, pero no esperen una experiencia cinematográfica profunda o trascendente. Su valor reside más en su atmósfera festiva y en su capacidad para evocar la magia de la Navidad, aunque de forma superficial. Es un recuerdo de una época en la que la captura de movimiento era una tecnología prometedora, y que, en última instancia, no logró alcanzar su máximo potencial.

Nota: 6/10