Polo de limón (1978)

“Polo de limón” (Lemonade) no es solo una película; es un destello de autenticidad que emerge del bullicio de la Israel de los años 50, un retrato crudo y a menudo incómodo de la adolescencia, la fascinación reprimida y la búsqueda desesperada de la identidad en una sociedad aún marcada por las tradiciones. La dirección de Guy Madmor logra capturar esa atmósfera de anhelo y confusión juvenil, sin caer en la melodramatización fácil. Madmor se centra en la experiencia interna de los personajes, utilizando un enfoque visual directo y minimalista que refleja la honestidad de sus dilemas.

El guion, adaptado de la novela homónima de Etgar Keret, es, con permiso de la intrincada estructura narrativa original, sorprendentemente efectivo. No es una película que se aferra a una trama lineal, sino que se mueve con fluidez entre los pensamientos y las percepciones de Benji, Bobby y Huey. La historia no busca ofrecer soluciones ni juicios morales; simplemente documenta las consecuencias, tanto emocionales como sociales, de sus acciones. La película se apoya en el diálogo, natural y veraz, que trasciende la necesidad de explicar, permitiendo que las emociones y las dudas se transmitan por sí solas. La ambigüedad del final, en lugar de ser frustrante, resulta profundamente resonante, dejando al espectador con la libertad de interpretar el significado de la experiencia.

Las actuaciones son palpablemente genuinas. Las interpretaciones de los jóvenes actores, en particular la de Eli Cohen como Benji, son extraordinarias. Cohen logra transmitir la vulnerabilidad, la frustración y la creciente desesperación de su personaje con una sutileza impresionante. El resto del reparto, compuesto por actores más experimentados que aportan un contrapunto interesante a la juventud desorientada de los protagonistas, realiza un trabajo excelente. La química entre los tres jóvenes es evidente y contribuye significativamente a la credibilidad de sus interacciones.

Lo que realmente distingue a “Polo de limón” es su honestidad brutal. La película no evita abordar la sexualidad adolescente de manera explícita, pero lo hace sin sentimentalismos. Muestra el deseo, la ingenuidad, la decepción y el dolor, todo ello envuelto en el contexto histórico y cultural de una Israel que lucha por encontrar su lugar en el mundo. La película aborda temas de clase, identidad, y la dificultad de comunicar los sentimientos en una sociedad donde las expectativas y las normas son rígidas. La película plantea interrogantes sobre la pérdida de la inocencia y el precio del deseo. Es una historia que, a pesar de su tono oscuro, se teje con un hilo de humor negro y una profunda comprensión de la condición humana.

Nota: 8/10