“Poolhall Junkies” es un estudio de personajes incómodo y a veces francamente perturbador, una película que se adentra en la psique de un grupo de jugadores de billar obsesionados con el juego y con una necesidad insaciable de aprobación, aunque sea a través de una dinámica de poder profundamente desequilibrada. Dirigida con una honestidad brutal por Steve Buslowitz, la película no intenta glorificar el mundo del billar profesional; más bien, lo expone en toda su podredumbre, revelando la búsqueda de una identidad y una valía que, para este grupo, se materializa a través del dominio de la mesa.
La película se centra en Johnny, interpretado con una vulnerabilidad y un creciente desespero por Mars Callahan. Su relación con Joe, un tipo enigmático y depredador, es el motor principal de la trama. Chazz Palminteri, como Joe, ofrece una actuación maestra de sutileza amenazante. No se trata de un villano caricaturesco; es un hombre consumido por la ambición y la necesidad de control, un hombre que percibe a Johnny como su proyecto, su prueba de habilidad y su oportunidad de redención. Palminteri evita la teatralidad, concentrándose en la mirada de Joe, en su gestos calculados y en su voz ronca y llena de desprecio. La dinámica entre Johnny y Joe es compleja y se construye a lo largo del tiempo, creando un ambiente de tensión palpable que impregna cada escena.
La introducción de Brad (Rick Schroder), otro jugador de billar con un talento comparable al de Johnny, añade una nueva capa de intriga. Schroder ofrece una interpretación tranquila y reservada, lo que contrasta con la energía más inestable de Callahan. La película explora temas como la adicción, la soledad, el fracaso y la dificultad de escapar de los ciclos de la dependencia, pero lo hace de una manera poco convencional, utilizando el billar como un símbolo de la lucha por la afirmación personal. La dirección de Buslowitz se caracteriza por una fotografía grisácea y naturalista que refleja el mundo sombrío y claustrofóbico en el que se mueven los personajes. Se evita la estética pulida y se opta por un realismo crudo que intensifica la sensación de desasosiego.
El guion, coescrito por Buslowitz y Palminteri, es brillante en su simplicidad. No hay grandes diálogos o momentos de humor, pero la fuerza de la película reside en las pequeñas interacciones entre los personajes, en sus miradas, en sus gestos, en la forma en que se comunican (y no se comunican) entre sí. La película logra generar empatía hacia personajes moralmente ambiguos, desafiando al espectador a cuestionar sus propias nociones de bien y mal. No es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica memorable que permanecerá en la memoria del espectador mucho después de que termine la proyección. “Poolhall Junkies” es una película oscura, inquietante y, en última instancia, profundamente humana.
Nota: 8/10