“Prancer: un cuento de Navidad” (1989) es una película que, a pesar de su aparente simplicidad, logra evocar un sentimiento agridulce de nostalgia y la eterna búsqueda de la autenticidad en medio del bullicio de la temporada navideña. La historia, centrada en la amistad entre una niña y un reno misterioso, no es particularmente original, pero la película maneja su premisa con una sensibilidad y un lirismo que la elevan por encima de lo que podría ser una simple fábula familiar.
La dirección de Sam Bartlett se mantiene discreta y elegante. No intenta generar momentos espectaculares o visualmente llamativos, sino que se centra en construir la atmósfera de un pequeño pueblo de Navidad, con sus tradiciones y su espíritu natalicio. Los exteriores, filmados en el pintoresco pueblo de Stowe, Vermont, contribuyen considerablemente a la autenticidad de la película y a su encanto visual. Hay una atención cuidadosa al detalle en la recreación de las costumbres navideñas, desde el mercado de artesanía hasta la preparación de las comidas familiares. Bartlett logra que el espectador sienta la magia de la época, no a través de efectos especiales grandilocuentes, sino mediante la descripción realista y la emotividad de los personajes.
El corazón de la película reside en las actuaciones de l'Ensemble. Alexandra Ginn como Gloria aporta una vulnerabilidad y una determinación que anudan la empatía del público. Su lucha entre creer en lo extraordinario y mantener la cordura es el motor de la trama. William Hurt, interpretando a Bud, da una actuación magistral. Captura a la perfección el luto, la inseguridad y, finalmente, la aceptación de un hombre que ha perdido a su esposa y se aferra a la esperanza a través de la mirada inocente de una niña. Su transformación, lenta pero palpable, es la más conmovedora de la película. La química entre Hurt y Ginn es evidente y, contribuye significativamente a la fuerza emocional de la historia. Se nota que ambos actores se involucran genuinamente con el personaje.
El guion, escrito por Robert Zemeckis, Paul Crabtree y Bill Bonnet, es, en general, sólido. La historia es, de nuevo, bastante predecible, pero se evita caer en clichés excesivos. Se centra en el tema de la fe, la esperanza y la importancia de las conexiones humanas. El desarrollo del personaje de Prancer, el reno, es particularmente bien manejado. No se le otorga un papel meramente utilitario, sino que se le presenta como un ser con una sensibilidad y un espíritu propio. La película explora sutilmente la diferencia entre la creencia en lo sobrenatural y la necesidad de mantener el contacto con la realidad. La trama, aunque sencilla, está bien construida y tiene un ritmo agradable. Algunas de las situaciones humorísticas, aunque leves, añaden un toque de alegría a la narrativa. Se enfatiza la importancia del espíritu navideño más allá de los regalos y las decoraciones, mostrando la verdadera esencia de la temporada.
En definitiva, “Prancer: un cuento de Navidad” es una película cálida, entrañable y evocadora. No es una obra maestra del cine, pero sí un agradable escape a la nostalgia y un recordatorio de la importancia de mantener viva la llama de la esperanza, incluso en los momentos más oscuros.
Nota: 7/10