‘Predator’ (2018) no es una reinvención del género de ciencia ficción de acción, sino una reencarnación sutil y efectiva de la película original de 1987. La película, dirigida por Shane Black, consigue equilibrar la nostalgia por el clásico con una actualización inteligente y visceral que, aunque no busca igualarlo, sí que le da su propio sello. Lo que comienza como una trama aparentemente simple – un error accidental que reabre una amenaza ancestral – evoluciona rápidamente en una experiencia de terror y supervivencia implacable.
La dirección de Black es magistral en la construcción de la tensión. A diferencia de la original, que se basaba en gran medida en la acción y el suspense psicológico, esta versión se centra más en el combate cuerpo a cuerpo, la persecución y la atmósfera opresiva del bosque. Los planos son bien escogidos, priorizando la claustrofobia de las escenas de caza y la sensación constante de peligro. La utilización del sonido es particularmente efectiva, enfatizando el crepitar de las armas, el rugido del Predator y el silencio amenazante que precede a cada ataque. El uso de la locación real de Monterey, California, para grabar gran parte de la película añade una sensación de autenticidad y realismo que eleva considerablemente la experiencia cinematográfica.
El reparto es, en general, sólido. Lucas Black, como Martin Riggs (una referencia obvia a la película original), aporta un encanto cínico y un toque de desesperación. Jake Bonomo como Junior, un exsoldado en rehabilitación, ofrece una interpretación cruda y conmovedora. Sin embargo, la estrella indiscutible es el casting de Jeremy Austin como el Predator. La película evita los efectos especiales excesivos, optando por un diseño de creature relativamente modesto pero inquietante. El Predator no es una bestia caricaturesca; es una máquina de matar implacable y aterradora, y su diseño, basado en la anatomía de animales reales (lo que le da un aspecto terriblemente tangible), contribuye significativamente a su impacto visual. La actuación de Austin logra transmitir la frialdad y la eficacia letal del depredador, evitando caer en la exageración y manteniendo la amenaza constantemente presente.
El guion, aunque no particularmente original en su planteamiento básico, presenta algunos diálogos ágiles y momentos de humor negro que alivian la tensión. La trama, si bien, no introduce conceptos especialmente complejos, explora de manera efectiva la moralidad de los personajes y las consecuencias de sus decisiones. El elemento central, la idea de que el Predator se “alimenta” de la adrenalina y el miedo, es una interesante variación sobre la temática original y añade una capa de complejidad a su motivación. El final, aunque no completamente inesperado, es satisfactorio y deja abierta la posibilidad de futuras entregas.
Nota: 7.5/10