“Promesas incumplidas” (The Barren Years), dirigida por Robert Aldrich en 1959, no es una película que deje indiferente. Más que un simple drama doméstico, es una disección de la obsesión, la desilusión y las consecuencias devastadoras de la búsqueda incesante del deseo. La película, ambientada en la opulenta Boston de los años 30, se adentra en la psique de una familia aparentemente perfecta, revelando las grietas y las contradicciones que se esconden tras la fachada de la felicidad. La dirección de Aldrich es magistral, aprovechando al máximo la fotografía en blanco y negro para crear una atmósfera de tensión constante, un peso opresivo que refleja el tormento interno de sus personajes. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo, acentuando las sombras de duda y culpa que se ciernen sobre los Barret.
El guion, adaptado de la novela de Herman Wouk, es inteligente y complejo. Se evade fácilmente de caer en melodramatismos superficiales, en lugar de ello, se centra en la psicología de los personajes. La dinámica entre Arthur y Eleanor Barret es palpable, una mezcla de amor, resentimiento y un profundo deseo de llenar un vacío que, al ser consciente, resulta insoportable. La película no juzga a sus personajes, aunque la narrativa, sutilmente, nos invita a reflexionar sobre la moralidad de sus acciones. La creación del “padre de alquiler”, Walter Harper, se presenta no como un villano, sino como una víctima de las circunstancias, un hombre con aspiraciones y sueños que son despojados al ser convertido en un simple objeto para satisfacer la necesidad de los Barret.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Gary Cooper, en el papel de Arthur Barret, ofrece una interpretación tranquila pero llena de matices. Su Arthur es un hombre rígidamente controlado, que proyecta una imagen de éxito y fortaleza, pero bajo esa máscara se esconde una profunda fragilidad. Joan Crawford, como Eleanor Barret, es excepcional. Su Eleanor es una mujer atormentada, que lucha contra la frustración, la ira y un sentimiento de soledad. Crawford entrega una actuación intensa y convincente, mostrando con rareza, la vulnerabilidad detrás de su personaje icónico. La química entre Cooper y Crawford es notable, contribuyendo a la autenticidad de la relación en pantalla. El breve pero impactante papel de David Ladd como Walter Harper, el padre de alquiler, es crucial para el desarrollo de la trama y añade una capa de complejidad a la historia.
“Promesas incumplidas” no es una película fácil de ver. Sus temas son densos y su ritmo pausado puede frustrar a algunos espectadores. Sin embargo, es una obra cinematográfica que trasciende el mero entretenimiento, planteando preguntas importantes sobre el deseo, la familia, la moralidad y la naturaleza humana. Es una película que permanece en la memoria, invitando a la reflexión y dejando una profunda impresión. Es una joya del cine clásico que merece ser redescubierta.
Nota: 8/10