Propiedad condenada (1966)

“Propiedad Condenada” (1947), dirigida por Henry King, es un melodrama rural con una atmósfera densa y opresiva que, si bien no es una obra maestra cinematográfica, sí consigue transportarte a la profunda desesperación de la época de la Gran Depresión en el sur de Estados Unidos. La película, lejos de caer en un melodrama barato, se centra en la gradual erosión de la moralidad y la supervivencia en un mundo donde las oportunidades son escasas y la violencia es una constante.

El guion, adaptado de la novela homónima de Charlotte Hughes, no busca construir un drama social grandilocuente. En cambio, se aferra a la experiencia individual de personajes atrapados en circunstancias infernales. La trama se desarrolla a un ritmo pausado, permitiendo que el espectador absorba la atmósfera de un pueblo asfixiado por la pobreza y la desidia. La llegada de Owen Legate (Robert Redford, en un papel relativamente breve pero eficaz) no es el catalizador de una revolución, sino más bien el detonante de una serie de eventos que revelan las tensiones latentes de la comunidad. La película, en este sentido, es un retrato de cómo la desesperación puede alimentar la ambición y la venganza. La historia no es original en su premisa, pero la forma en que King la aborda es lo que la hace memorable.

Natalie Wood, como Alva Starr, ofrece una actuación cautivadora. Su personaje es complejo y contradictorio: una joven hermosa y coqueta que, en el fondo, anhela algo más que la mera supervivencia. La química entre Wood y Robert Redford es sutil pero palpable, generando una tensión romántica genuina, aunque eclipsada por la atmósfera general de fatalismo. Robert Redford, aunque con un papel relativamente breve, aporta un aire de calma y sofisticación, contrastando con el temperamento explosivo del pueblo. Kate Reid, como la madre de Alva, está magníficamente interpretada, transmitiendo con una mirada imperturbable el peso del dolor y la desilusión.

Henry King, un director con experiencia en el género de westerns, demuestra ser un maestro en la construcción de atmósferas. Utiliza con maestría la luz y la sombra para reflejar el estado emocional de los personajes y el estado del pueblo. La fotografía de Arthur Ellenson es exquisita, capturando la belleza agreste del paisaje y la decadencia de las viviendas. La banda sonora, aunque no ostensible, complementa perfectamente la tensión dramática. Si bien algunas escenas pueden parecer lentas para el espectador moderno, la película logra crear una sensación de claustrofobia y fatalismo que te atrapa hasta el final. La película no se centra en el romance, sino más bien en la supervivencia, en la pérdida de inocencia y en la fragilidad de la moralidad. Es un estudio psicológico de un pueblo asolado por la desesperación.

Nota: 7/10