Puta (1991)

“Puta” no es una película para el espectador sensiblero. Es un golpe de realidad crudo, directo y desprovisto de concesiones que, a pesar de su contenido impactante, resulta ser una experiencia cinematográfica profundamente inquietante y, en última instancia, memorable. La dirección de Álvaro Pérez Álamo se distingue por una absoluta honestidad visual y una ausencia casi total de artificio. No hay artificio en la cámara, en los planos, ni en la puesta en escena. La película se siente como una inmersión en la vida de Liz, una mujer atrapada en un círculo vicioso de la marginalidad, sin adornos ni justificaciones. Pérez Álamo se limita a documentar, a filmar lo que está sucediendo frente a la cámara, con una técnica que recuerda a la observación naturalista, lo que crea una atmósfera de tensión constante y un cierto poder visceral.

El corazón de la película reside en la interpretación de Irene Ferreiro como Liz. Ferreiro ofrece una actuación poderosa y atormentada. No se trata de una representación glamurosa de la prostitución, sino de una radiografía de un alma marcada por el dolor, la desilusión y la supervivencia. Su mirada, a menudo cargada de amargura y vulnerabilidad, comunica más de lo que la mayoría de los diálogos podrían. Ferreiro transmite magistralmente la complejidad de Liz: su astucia, su rebeldía, su miedo, pero también su necesidad de aferrarse a la dignidad en un entorno que la amenaza constantemente. La química que se establece entre la actriz y el personaje es palpable y honesta.

El guion, aunque no se centra en desarrollar complejas tramas, se centra en la construcción del personaje y en la exposición de la realidad social y emocional que rodea a Liz. Las escenas de violencia, que son impactantes pero no gratuitas, sirven para subrayar la brutalidad y la desesperación del entorno. La película no intenta ofrecer respuestas fáciles ni juzgar a sus personajes. En cambio, presenta una visión incómoda y a menudo perturbadora de la violencia de género, la criminalidad y la vulnerabilidad social. El ritmo es deliberadamente lento, lo que permite al espectador asimilar el peso emocional de cada momento. La película se centra en la representación de la mirada de Liz, lo que obliga al espectador a asumir la responsabilidad de juzgar y comprender sus decisiones.

Es importante destacar la ausencia de música y la utilización de un sonido crudo, que refuerza la sensación de inmersión en el entorno. La película no se adscribe a una narrativa convencional, sino que se presenta como un fragmento de la vida de Liz, un testimonio de una realidad que a menudo permanece oculta. “Puta” es una película difícil, que no ofrece consuelo ni soluciones, pero que, en última instancia, nos obliga a confrontar aspectos oscuros de la condición humana y a cuestionar nuestras propias preconcepciones. No es un entretenimiento fácil, sino una experiencia cinematográfica potente y profundamente conmovedora.

Nota: 8/10