“Que Dios nos perdone” es una película que se adhiere a la memoria colectiva de un momento crucial en la historia española: el Movimiento 15-M y la desbordante peregrinación a Madrid. Pero más allá de ser un documental en forma cinematográfica, la película de Pablo Nun y Álvaro Pérez se erige como una meditación inquietante sobre la naturaleza humana, la moral y la relatividad de la justicia. La trama, que en principio podría parecer un thriller policial convencional, se convierte en un espejo que refleja las contradicciones y la fragilidad de las convicciones en medio del caos social.
La dirección de Nun y Pérez es precisa y, a veces, brutalmente honesta. No se adscriben a una narrativa fácil ni a la glorificación del héroe policial. Más bien, optan por una fotografía cruda y desnaturalizada, que capta la atmósfera sofocante de una ciudad al borde del colapso. El uso del color, predominando el amarillo y el naranja, intensifica la sensación de calor, inquietud y una especie de malestar visceral. La película se mueve con un ritmo pausado, permitiendo al espectador absorber la tensión y la incomodidad, sin apresurarse a resolver la trama. Esta lentitud no es un defecto, sino una estrategia deliberada para sumirnos en la disonancia de una situación límite.
Las actuaciones son, en general, sobresalientes. Miguel Asúa, como Alfaro, ofrece una interpretación particularmente convincente. Su personaje, un inspector consumido por la frustración y la sospecha, no es un villano moralmente impecable, sino un hombre atrapado en un sistema que lo deshumaniza. Álvaro Pesquera, por su parte, como Velarde, representa un contrapunto interesante, un inspector más cercano a la ortodoxia, pero que, gradualmente, empieza a cuestionarse la validez de sus métodos. No obstante, el verdadero corazón de la película reside en la pequeña pero poderosa interpretación de Luis Tosar como un joven radicalizado, cuya motivación y evolución son la clave para comprender el horror que se desarrolla. Tosar, con su mirada intensa y su silenciosa convicción, logra conectar con el espectador a un nivel profundo, provocando reflexiones sobre los peligros de la radicalización y la importancia del diálogo.
El guion, aunque a veces se siente un tanto denso y lento, se destaca por su capacidad para plantear preguntas incómodas y desafiar las expectativas del espectador. La película no ofrece respuestas fáciles y, a menudo, deja el espectador con más preguntas que respuestas. El retrato del Movimiento 15-M, si bien no se centra en las causas sociales que lo impulsaron, sí captura su esencia: una multitud diversa y apasionada, que reclama justicia, dignidad y un cambio radical en el sistema. Pero más allá de la descripción de un momento histórico, la película explora la oscuridad que acecha en el interior de cada uno de nosotros, la posibilidad de que la línea entre el bien y el mal sea mucho más difusa de lo que pensamos. La ambigüedad moral es, en definitiva, el elemento más fuerte y el que hace que “Que Dios nos perdone” sea una experiencia cinematográfica realmente memorable.
Nota: 8/10