¿Qué pasa con Bob? (1991)

“¿Qué pasa con Bob?” es, en esencia, una de esas películas que te siguen rondando la cabeza mucho tiempo después de que hayas salido del cine. No es una experiencia agradable, pero sí profundamente inquietante y, curiosamente, reveladora sobre la fragilidad de la psique humana. La película, dirigida con una precisión glacial por Alexander Payne, no intenta complacer al espectador ni ofrecer respuestas fáciles. En su lugar, sumerge al público en la mente tormentosa de Bob Wiley (Bill Murray, en una actuación que considero su mejor trabajo en décadas), un hombre atrapado en un ciclo de ansiedades, obsesiones y miedos aparentemente sin fin.

La dirección de Payne es magistral en su minimalismo. Evita los clichés del melodrama psicológico y se centra en la creación de una atmósfera de creciente paranoia. El uso del espacio – principalmente el chalet de verano, un lugar que debería ser refugio pero que se convierte en una jaula – es crucial. Cada objeto, cada sonido, cada silencio contribuye a la sensación de claustrofobia y, a medida que avanza la película, de inminente catástrofe. La fotografía, con sus tonos apagados y su iluminación difusa, refleja perfectamente el estado mental de Bob Wiley, un hombre que se siente desorientado y aislado del mundo.

Richard Dreyfuss, como el psiquiatra Leo Marvin, ofrece una actuación igualmente memorable. Marvin es un hombre consumido por su propia neurosis, un profesional a punto de colapsar bajo la presión de su paciente y sus propios demonios internos. Dreyfuss no se limita a interpretar al "villano" – aunque es cierto que se acerca peligrosamente a ese papel – sino que ofrece una interpretación completa y vulnerable, mostrando las consecuencias de un exceso de intelecto y una incapacidad para manejar sus propias emociones. La química entre Murray y Dreyfuss es eléctrica, alimentando una tensión palpable que define gran parte de la película. Sus interacciones, cargadas de sarcasmo, frustración y, en ocasiones, una extraña forma de comprensión, son el corazón de la película.

El guion, adaptado de una novela de H.I. Deshman, es inteligente y sutil. No se basa en jump scares baratos o revelaciones repentinas, sino que construye la trama con cuidado, revelando gradualmente la naturaleza de los miedos de Bob Wiley y la profundidad de su desesperación. La película explora temas como la soledad, el aislamiento, la incomunicación y el precio del intelecto, planteando preguntas incómodas sobre la naturaleza de la salud mental y la forma en que nos relacionamos con los demás. Si bien el ritmo puede sentirse deliberadamente lento en algunos momentos, es precisamente esa lentitud la que permite que la atmósfera y las emociones se desarrollen con la fuerza necesaria. La narrativa, aunque sombría, es a la vez perturbadora y fascinante.

En definitiva, “¿Qué pasa con Bob?” es una película exigente que requiere paciencia y predisposición a confrontar aspectos oscuros de la condición humana. No es una comedia, ni un drama psicológico convencional, sino algo más híbrido, un estudio de personaje complejo y perturbador que, a pesar de su tono sombrío, es profundamente conmovedor.

Nota: 8/10