“Quemado por el sol” no es una película que te dejará con una sensación inmediata de asombro, sino que se instala lentamente, como una vieja cicatriz que se revela con el tiempo. La película de Nicolás Peschel se presenta como una meditación inquietante sobre la memoria, el trauma y la compleja relación entre el heroísmo, el sacrificio y la veracidad. No es un thriller convencionalmente emocionante, sino un estudio psicológico sutil, un drama doméstico con un trasfondo oscuro que se revela gradualmente a través de la tensión y el ritmo pausado.
Peschel, en su dirección, se desliga del melodrama superficial que podría haber reclamado este relato. Él construye una atmósfera de inquietud casi palpable, utilizando la luz y la sombra, los espacios abiertos y claustrofóbicos de la casa rural, para generar una sensación de peligro inminente. La paleta de colores, dominada por los tonos dorados y naranjas del amanecer y el atardecer, refuerza esa tensión, como si la historia misma estuviera envuelta en un resplandor inquietante. No se trata de un espectador pasivo, sino de un participante en la lenta desintegración mental de su protagonista.
El núcleo de la película reside en la interpretación de Juan Carmona como el coronel Marcos, un héroe de guerra silenciado por su pasado. Carmona ofrece una actuación notablemente contenida, pero excepcionalmente efectiva. Su mirada, llena de recuerdos dolorosos y la comprensión de que lo que se considera heroísmo puede ser una máscara para la locura, transmite un peso considerable. El resto del elenco, especialmente Marcos, el hombre que regresa, y las figuras de la familia, contribuyen a la atmósfera opresiva con interpretaciones igualmente sólidas, aunque más reservadas. La química entre Carmona y Marcos es fascinante, estableciendo un juego de miradas y silencios que hablan más que las palabras.
El guion, adaptado de la novela de Daniel López Pardo, es quizás su punto fuerte. No rehúye la complejidad de la historia, explorando las consecuencias devastadoras de la represión política y la manipulación de la memoria. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del heroísmo y la facilidad con la que se pueden borrar los errores del pasado. La historia, aunque arraigada en el contexto de la purga stalinista, se convierte en una alegoría universal sobre la fragilidad de la verdad y la dificultad de escapar del peso del trauma. La incorporación de elementos fantásticos y oníricos, aunque algunos puedan considerarlos superfluos, enriquecen la narrativa y sirven para subrayar la naturaleza subjetiva de la experiencia y la naturaleza distorsionada de la memoria.
En definitiva, “Quemado por el sol” es una película exigente y, a la vez, profundamente conmovedora. No es para todos los públicos, pero para aquellos dispuestos a dejarse llevar por su ritmo pausado y su ambigüedad moral, ofrece una experiencia cinematográfica única y memorable. Es un recordatorio de que el pasado siempre está presente, incluso cuando intentamos enterrarlo bajo la luz del día.
Nota: 7/10