“¿Quién teme a Virginia Woolf?” es una película de 1966 que, a pesar de su tiempo, sigue siendo un ejercicio de incomodidad y disección psicológica inquietantemente efectivo. La dirección de Tad Schiller es minimalista, casi austera, lo que permite que la verdadera carga emocional de la película repose en el guion y, sobre todo, en las actuaciones magistrales de Meg Ryan (una joven Vanessa Redgrave) y Elizabeth Taylor (una Martha deslumbrante y profundamente atormentada). No se trata de un drama romántico convencional; Schiller, lejos de ofrecer un romance floreciente, nos presenta una relación disfuncional que se alimenta del resentimiento y la incapacidad de comunicarse.
El guion, adaptado de la obra teatral de Edward Albee, es un laberinto de silencios amenazantes y reticencias verbales. El diálogo es conciso y cargado de significado implícito. No se explica la raíz del odio entre George y Martha, se *muestra*. La película no busca justificar ni excusar el maltrato, sino que se centra en la dinámica de poder que se crea entre ellos. El juego de "ver y ser visto" que se desarrolla durante la fiesta, impulsado por la presencia de la pareja invitada, es una metáfora perfecta de la forma en que sus vidas se interrelacionan y se alimentan mutuamente. Es una danza de dolor, donde cada palabra y cada gesto están impregnados de una hostilidad latente.
Las actuaciones son, sin duda, el punto fuerte de la película. Elizabeth Taylor ofrece una interpretación profundamente conmovedora de Martha, una mujer que ha sido relegada a un papel secundario en su propia vida. Su Martha es frágil, inteligente, y, lo que es más importante, visiblemente herida. La vulnerabilidad de Taylor es palpable, y su mirada transmite un dolor que va más allá de las palabras. Por otro lado, Vanessa Redgrave brilla con una intensidad contenida como Virginia, la esposa del nuevo profesor y el catalizador de la confrontación. Su presencia actúa como un espejo que refleja las inseguridades de George y Martha. La química entre ambas actrices es excepcional, creando una atmósfera de tensión palpable en cada escena en la que comparten pantalla. Es una interacción sutil pero poderosa, basada en el reconocimiento mutuo de la propia torpeza emocional.
La película juega con la iluminación y la composición de los planos para acentuar la incomodidad y el aislamiento de los personajes. Los espacios cerrados, la atmósfera opresiva y el uso del color (predominantemente azules y grises) contribuyen a la sensación de estar atrapado en una conversación sin salida. "¿Quién teme a Virginia Woolf?" no ofrece respuestas fáciles ni soluciones felices. Es una película que nos desafía a confrontar la oscuridad que puede residir en nuestras propias relaciones y a aceptar que, a veces, el amor y el odio son conceptos inextricablemente entrelazados.
Nota: 8.5/10