Quiero ser italiano (2010)

“Quiero ser italiano” es una comedia dramática que, en su esencia, plantea una pregunta fundamental sobre la identidad y la autenticidad. Dirigida por François Ozon, la película, a pesar de su aparente ligereza, profundiza en las complejidades de las decisiones que tomamos y las consecuencias de las mentiras que contamos a nosotros mismos y a los demás. La película no es un espectáculo frenético de risas, sino una reflexión pausada, a veces agridulce, sobre la presión social, el deber familiar y el deseo de ser aceptado. El director logra un equilibrio cuidadoso entre el humor, que surge de situaciones torpes y personajes extravagantes, y la melancolía que impregna la historia de Dino.

La actuación de Pio Marron en el papel de Dino/Mourad es la piedra angular de la película. Marron entrega una interpretación convincente, capaz de transmitir la vacilación, la ansiedad y el conflicto interno de un hombre atrapado entre dos mundos. Su evolución a lo largo de la película es palpable, y logra que el espectador empatice con su dilema. La caracterización es precisa: Dino es un hombre aparentemente exitoso y seguro de sí mismo, pero en su interior se siente cada vez más insatisfecho con su vida falsa. La dicotomía entre sus dos identidades se representa con gran sutilidad, no recurriendo a exageraciones, sino a pequeños gestos y miradas que revelan la tensión interna del personaje.

El guion, aunque a veces predecible en su trama principal, se distingue por la profundidad de sus personajes secundarios. La figura de Hélène, interpretada por Carole Bouquet, aporta un aire de ironía y complicidad al relato. Su relación con Dino es compleja y ambivalente, y su propia inseguridad añade una capa de profundidad a la narrativa. La familia de Mourad, con sus costumbres y tradiciones, se presenta como un bloque de fuerza, con personajes que, aunque caricaturescos en ocasiones, representan la fuerza de los vínculos familiares y la importancia de las raíces. La película, sin embargo, podría haber profundizado un poco más en las motivaciones de la familia para entender mejor la presión a la que Dino se ve sometido. El uso del humor, a pesar de ser efectivo en algunos momentos, a veces parece un poco forzado, como si el director intentara aliviar la tensión con un recurso ligero que no siempre encaja plenamente con el tono general de la película.

La dirección de fotografía, con sus colores vibrantes y la cuidada composición de los planos, contribuye a la atmósfera particular de la película. Los escenarios, principalmente en Niza y la costa italiana, se utilizan para crear una sensación de vacaciones, de escape, pero también para resaltar el contraste entre la falsa vida que Dino lleva y el mundo real al que pertenece. La banda sonora, discreta pero efectiva, refuerza la sensación de anhelo y melancolía que impregna la historia. “Quiero ser italiano” es, en definitiva, una comedia dramática que invita a la reflexión sobre la identidad, la autenticidad y la importancia de ser fiel a uno mismo, aunque eso implique renunciar a las expectativas y a las comodidades que ofrece la sociedad.

Nota: 7/10