“Raquel, Raquel” es una película que se instala en la memoria con la misma lentitud y melancolía que su protagonista. Directa Carmen Jauregui se atreve a explorar el desasosiego existencial de una mujer a punto de sentirse irrelevante, y lo hace con una sensibilidad cautivadora que, aunque no ofrece soluciones fáciles, sí que provoca una profunda reflexión sobre el paso del tiempo y el peso de las oportunidades perdidas. La película no busca un drama grandilocuente; en cambio, se centra en la vida cotidiana de Raquel, una florista en un pequeño pueblo de España que, a pesar de la aparente normalidad de su entorno, palpita con una incomodidad que la consume.
La dirección de Jauregui es precisa y elegante. Logra crear una atmósfera densa, casi opresiva, que refleja el estado emocional de Raquel. La película utiliza la luz y el color con maestría, enfatizando la palidez y la soledad de la protagonista, pero también las pequeñas estallidos de color que representan las fugaces alegrías o los recuerdos de un pasado que ya no puede recuperar. La cámara no interviene constantemente; observa a menudo desde ángulos bajos, como si Raquel estuviera siendo observada, lo que intensifica su sensación de aislamiento. No obstante, la película evita el sentimentalismo excesivo, permitiendo que las emociones se transmitan a través de la expresión de los personajes y la sutilidad del relato. El ritmo pausado, si bien puede ser desafiante para algunos espectadores, es fundamental para el desarrollo de la historia y para la construcción del personaje.
El corazón de la película reside, sin duda, en la actuación de Paula Bello. Su interpretación de Raquel es excepcional. Bello logra transmitir con una convicción increíble la desesperación y la frustración de una mujer que siente que se está quedando atrás. La fragilidad de Raquel es palpable en cada gesto, en cada mirada. Bello no recurre a grandes gestos dramáticos; su fuerza reside en la sutileza de su actuación. Ella no solo interpreta el papel, sino que *es* Raquel. Su mirada, a menudo perdida en el vacío, dice más que mil palabras. La química entre Bello y el resto del reparto, especialmente con Javier Soto como el mecánico del pueblo, es natural y convincente, aportando un toque de humanidad a la historia.
El guion, firmado por Jauregui y María Esperanza Fernández, es notablemente sutil y realista. Evita clichés y simplificaciones. En lugar de ofrecer explicaciones fáciles, se centra en las pequeñas decisiones, los diálogos aparentemente insignificantes y los silencios que revelan mucho sobre el personaje. La historia no está llena de giros inesperados o de momentos de gran intensidad emocional. Pero su fuerza reside en la honestidad con la que aborda la pregunta fundamental: ¿qué hacemos cuando sentimos que nuestra vida no ha tenido el rumbo que queríamos? La película no ofrece respuestas, solo invita al espectador a reflexionar sobre su propia vida y sus propias elecciones. La película, en definitiva, es un ejercicio de observación realista sobre la vida cotidiana de una mujer que lucha contra el peso del tiempo y la sensación de no haber alcanzado su potencial.
Nota: 7/10