“Raya y el último dragón” es una propuesta visualmente deslumbrante que, sin embargo, no logra consolidarse como una obra cinematográfica completamente memorable. Disney ha demostrado, una vez más, su maestría en la creación de mundos fantásticos y en la implementación de efectos especiales de primer nivel, pero la película se siente, en ocasiones, como un ejercicio de estilo más que de narrativa profunda. El diseño de producción es, sin duda, el punto fuerte de la cinta. Kumandra es un reino vibrante y exuberante, repleto de colores, flora y fauna exóticas, todo meticulosamente diseñado para evocar una sensación de misterio y maravilla. La representación de los diferentes espíritus elementales, cada uno con su propia estética distintiva – agua, fuego, tierra, aire, luz – es particularmente impresionante, y la arquitectura de las ciudades tejidas entre la naturaleza está increíblemente elaborada. Se trata de una estética que ha sido imitada en incontables videos de YouTube, y Disney la ha ejecutado con una fidelidad que resulta casi palpable.
La dirección de Dan Chuang y Carlos Lopez Reyes, aunque competente, no logra transmitir una narrativa con la fuerza y la urgencia que la historia ameritaba. La película se arrastra en algunos momentos, y el ritmo es irregular. El guion, coescrito por Johnlaus Kwan, Adele Grant y Meg Lehu, aborda temas como la discriminación, el perdón y la importancia de la unidad, pero estos conceptos se presentan de una manera un tanto superficial. La trama, en esencia, es una reminiscencia de “El libro de la jungla”, pero sin la carga emocional que la película de Disney de 1994 consiguió. La premisa de buscar al último dragón para restaurar el equilibrio es noble, pero no se explora en profundidad, y los personajes secundarios, con excepción de la propia Raya, permanecen planos y poco desarrollados. Sus motivaciones y conflictos internos son poco más que esbozos, lo que dificulta la conexión emocional del espectador.
Las actuaciones son, en general, sólidas. Duana Mabrey como Raya encarna la determinación y el coraje con aplomo, y su personaje evoluciona a lo largo de la película, mostrando un crecimiento notable. Sin embargo, el reparto de voces, que incluye a Gemma Chan, como la tía de Raya, y a Benedict Wong como el anciano Tufan, no logra trascender sus roles. El peso emocional de la historia a veces se ve mermado por el excesivo protagonismo de la animación, que, aunque espectacular, a veces eclipsa las emociones de los personajes. La presencia de un dragón (un lobo, para ser precisos) que representa la esperanza es un recurso clásico, y aunque en este caso se le da un tratamiento original y atractivo, la película carece de la intensidad y la carga simbólica que se suelen asociar a estas criaturas míticas.
En definitiva, "Raya y el último dragón" es una experiencia visualmente gratificante pero narrativamente decepcionante. Disney ha creado un mundo cautivador, y la animación es excepcional, pero la película no logra conectar a un nivel más profundo con el espectador. Es un entretenimiento decente para toda la familia, pero no destaca significativamente en la historia del cine animado. Se podría decir que es un esfuerzo visualmente ambicioso, pero que le falta el alma para convertirse en un clásico.
Nota: 6/10