“Reencarnación” es una película que te sitúa en un estado de contemplación, una especie de limbo existencial que te obliga a cuestionar la naturaleza del amor, el duelo y la propia percepción de la realidad. El director, Paul Schrader, conocido por su estética oscura y personajes moralmente ambiguos, regresa a la pantalla grande con una obra que, si bien no alcanza la intensidad de sus trabajos más aclamados, sí logra un impacto emocional considerable gracias a su enfoque introspectivo y su atmósfera inquietante.
El guion, escrito por Schrader y Peteresten, se construye lentamente, sembrando dudas desde el principio. La premisa, la aparición de un niño que insiste en ser el reencarnación de Sean, el difunto marido de Anna, es lo suficientemente intrigante para mantener el interés del espectador, pero es la ejecución la que realmente brilla. La película evita caer en la melodramatización, centrándose en la exploración de las emociones de Anna (Robin Wright), una mujer marcada por la pérdida y luchando por encontrar un nuevo sentido en su vida. Schrader utiliza flashbacks para revelar gradualmente el pasado de la protagonista, mostrando la profundidad de su amor por Sean y la devastación que su muerte le causó. Sin embargo, el ritmo pausado podría resultar un poco denso para algunos espectadores acostumbrados a una narración más dinámica. Hay momentos en los que el guion se aferra demasiado a la ambigüedad, dejando la interpretación del espectador en una constante tensión, lo cual, en principio, es positivo, pero en ocasiones puede sentirse un tanto artificial.
Robin Wright entrega una actuación magistral. Su interpretación de Anna es sutil, compleja y profundamente conmovedora. Captura con precisión la fragilidad emocional de una mujer en duelo, pero también la determinación y el coraje que le impulsan a seguir adelante. El rostro de Wright transmite una amplia gama de emociones, desde la tristeza y la desesperación, hasta la curiosidad y el miedo. La química entre Wright y el joven actor que interpreta al niño (Charlie Heaton) es palpable, aunque la relación no siempre llega a ser plenamente creíble. El resto del elenco secundario es sólido, pero no logran destacar demasiado, cumpliendo su función de proporcionar contexto a la historia.
Visualmente, "Reencarnación" es un festín para los sentidos. La fotografía de Jerzy Koszel es sombría y evocadora, utilizando la luz y la sombra para crear una atmósfera de misterio y tensión. Los paisajes desolados del norte de California, con sus montañas imponentes y sus bosques sombríos, reflejan el estado emocional de los personajes. La banda sonora, compuesta por Michael Pfeffer, refuerza la atmósfera inquietante de la película con melodías melancólicas y sonidos ambientales que crean una sensación de incomodidad y presagio. Schrader no rehúye del gore, pero lo utiliza de manera inteligente y simbólica, subvirtiendo las expectativas del espectador y obligándole a reconsiderar su visión de la muerte y la resurrección.
En definitiva, "Reencarnación" es una película que permanece en la mente después de que los créditos finales han terminado de rodar. No es una experiencia fácil, ya que nos confronta con preguntas incómodas sobre la vida, la muerte y la posibilidad de la reencarnación. Sin embargo, es una película que merece la pena ver, especialmente para aquellos que aprecien el cine de autor, la dirección teatral y las actuaciones convincentes.
Nota: 7/10