Reparar a los vivos (2016)

“Reparar a los vivos” es una película que te aferra con una intensidad inquietante desde sus primeros minutos y no te suelta hasta el desenlace. Dirigida con maestría por Jacques Tourneur, a quien debemos un gran crédito por la atmósfera opresiva y la sensación constante de estar al borde del abismo, la película explora la fragilidad de la vida y la complejidad de la muerte de una manera que trasciende el melodrama tradicional. No se trata de un drama médico en el sentido estricto, sino de una meditación sobre el valor de la existencia y las decisiones que tomamos al respecto.

La película se centra en cuatro historias entrelazadas, cada una tocando la vida de una persona que se enfrenta a la muerte de manera diferente. Simón, el joven que sufre un accidente y cuya vida depende de un trasplante de corazón, se encuentra con la posibilidad de un nuevo comienzo. En París, Thomas Remige, un médico especializado en trasplantes, debe convencer a los padres de un niño de 12 años para que acepten el corazón que les han ofrecido. La historia de estos padres, quienes han perdido a su hijo, es, sin duda, la más conmovedora y el corazón de la película. La angustia, el dolor y la lucha por aferrarse a la esperanza son palpables. Y, por supuesto, no podemos olvidar la historia de la mujer en París, esperando el trasplante que le dará una segunda oportunidad. La ambigüedad moral de la película radica en el hecho de que todas estas vidas son valiosas, pero también en la pregunta de si el corazón es realmente propio, o simplemente un depósito temporal.

El guion, adaptado de la novela de Denis Haumont, es inteligente y evita simplismos. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones moralmente claras. Las conversaciones entre los personajes son densas y significativas, explorando las implicaciones éticas y emocionales del trasplante. La dirección de Jacques Tourneur, que ha trabajado con estrellas como Humphrey Bogart, se refleja en la meticulosa construcción de la atmósfera. Las escenas en el hospital Havre son particularmente efectivas, con la luz tenue y la música inquietante creando una sensación de claustrofobia y desesperación. Las actuaciones son, en su mayoría, soberbias. Benoît Magnoun, como Thomas Remige, transmite la fragilidad y el dilema moral del personaje con gran sensibilidad. El resto del reparto contribuye con actuaciones honestas y convincentes. Sin embargo, la interpretación de Patrick Bruel, como el padre que niega el trasplante, aunque dramática, podría haber sido más sutil.

La película, aunque deliberadamente lenta en algunos momentos, mantiene el interés del espectador con su historia compleja y sus personajes profundos. Es una película que te obliga a reflexionar sobre la vida, la muerte, el amor y la responsabilidad. No es una película fácil de ver, ni mucho menos, pero es una experiencia cinematográfica inolvidable, un verdadero ejemplo de cine francés y un logro artístico importante. No es solo un drama médico; es una meditación sobre lo que significa vivir y morir.

Nota: 8/10