Réquiem por los que van a morir (1987)

“Réquiem por los que van a morir” es una película que se aferra a la oscuridad del pasado, no solo como un recuerdo distante, sino como una sombra que acecha en el presente. El director, Aidan Mackintosh, logra construir una atmósfera de opresión y paranoia que se instala en la mente del espectador desde los primeros minutos. La película, aunque lenta y deliberadamente austera, se erige como una exploración visceral del trauma, la lealtad y la búsqueda del perdón. El relato de Martin Fallon, un ex miembro del IRA, no es una glorificación del conflicto, sino una confrontación con sus consecuencias imborrables.

La dirección de Mackintosh es meticulosa en su recreación de Londres de los años 80, una ciudad impregnada de una angustia palpable. Los escenarios grises y desolados, la lluvia persistente y la iluminación fría contribuyen a la sensación de aislamiento y desesperación que preside la película. La banda sonora, un tratamiento minimalista y repetitivo, funciona como un latido constante, como una lamentación silenciosa. Sin embargo, la lentitud, aunque efectiva para crear tensión, puede resultar frustrante para algunos espectadores acostumbrados a un ritmo más dinámico. No es una película para quienes buscan acción desenfrenada, sino para aquellos que prefieren la contemplación y la reflexión.

La actuación de Brendan Gleeson como Martin Fallon es, sin duda, el punto fuerte de la película. Gleeson ofrece una interpretación compleja y matizada, mostrando la angustia y el conflicto interno de un hombre que ha perdido su fe en la causa por la que luchó. Su mirada, llena de cicatrices tanto físicas como emocionales, expresa una soledad profunda. Las actuaciones secundarias, especialmente la de Tom Vaughan-Lawson como el gángster irlandés, también son sólidas, aportando credibilidad al mundo oscuro y despiadado al que se ve envuelto Martin. La química entre los dos actores es notable, generando un ambiente de constante desconfianza y amenaza.

El guion, aunque a veces lento y deliberado, logra mantener un equilibrio entre la historia personal de Martin y la trama criminal que lo arrastra de vuelta a sus viejos hábitos. El desarrollo del personaje de Fallon es sutil pero impactante. Lo que realmente destaca es la manera en que la película evita simplismos y ofrece una visión ambivalente del conflicto, sin heroizar ni demonizar a ningún bando. Se exploran las motivaciones de los personajes, incluso de aquellos que se encuentran en el bando contrario, revelando la complejidad y la desesperación que impulsan sus acciones. La escena del asesinato, aunque breve, es perturbadora en su frialdad y en la presencia del sacerdote, simbolizando la pérdida de la inocencia y la imposibilidad de escapar del pasado. El final, abierto y ambiguo, deja al espectador reflexionando sobre la naturaleza de la redención y la búsqueda de la paz interior.

Nota: 7/10