Ricardo III (1995)

“Ricardo III” (1930) de Laurence Olivier no es simplemente una adaptación de Shakespeare; es una visceral confrontación con la naturaleza humana en su estado más oscuro y corrupto. La película, lejos de buscar una representación visualmente agradable del monarca inglés, se sumerge en el abismo de la ambición desmedida y la manipulación, ofreciendo una experiencia cinematográfica inquietante y, en última instancia, profundamente reveladora.

Olivier, como director y protagonista, no se limita a interpretar a Ricardo. Se *convierte* en el personaje, y esta elección es fundamental. Su Ricardo III no es un villano caricaturesco, sino un ser atormentado, consumido por un complejo de inferioridad que se alimenta de la necesidad de dominar y controlar. La caracterización física de Olivier, un rostro marcado por la severidad y una mirada penetrante, transmite la paranoia y la frustración de un hombre que ve el mundo a través del prisma de su propia inseguridad. La encarnación es brutalmente honesta y, en mi opinión, la más convincente que he visto en una interpretación de este personaje.

La dirección de Olivier es magistral en su tratamiento de la oscuridad y la atmósfera. El uso de la luz y la sombra, la fotografía en blanco y negro, la iluminación tenue que se filtra por las ventanas y las escenas nocturnas, todo contribuye a crear una sensación constante de inquietud y peligro. Las escenas de conspiración, especialmente aquellas en el Castillo de Bosworth, son especialmente claustrofóbicas y tensas, con un ritmo frenético que refleja la vorágine de traiciones y asesinatos.

El guion, adaptado de Shakespeare por colaboradores, captura la esencia de la obra original pero también la amplía y la profundiza. Se presta especial atención a la psicología de Ricardo, explorando las motivaciones que lo impulsan y las consecuencias de sus acciones. La película no se enfoca solo en los actos violentos, sino que también en los silencios, las miradas y las conversaciones, que revelan la complejidad de su personaje. La relación entre Ricardo y Lady Anne es particularmente brillante, mostrando un fascinación enfermiza y una deshumanización gradual de ambas partes.

Si bien la película puede resultar brutal y, en ocasiones, perturbadora, es un testimonio de la capacidad de la adaptación cinematográfica para transmitir la oscuridad y la complejidad del drama de Shakespeare. "Ricardo III" no es un espectáculo fácil, sino una película que exige una participación activa del espectador, que se ve confrontado con los horrores de la ambición y la corrupción del poder. Es una obra maestra que, incluso después de casi un siglo, sigue resonando con una fuerza y una relevancia inquietantes. La película, pese a las convenciones de su época, se mantiene como un retrato perturbador y poderoso de la naturaleza humana.

Nota: 9/10