“Ringmaster – El rey de la telebasura” es un retrato inquietante y, a la vez, fascinante de la industria del entretenimiento sensacionalista. La película, dirigida con una mirada crítica pero no excesivamente moralizante por Drew Barrymore, no se limita a mostrar el espectáculo, sino que se adentra en la psicología de quienes lo crean y lo consume. La narrativa se centra en Jerry Springer, interpretado magistralmente por Martin Freeman, y explora la construcción del personaje, la presión de mantener una imagen pública y las consecuencias de la exposición constante. Freeman se desvela en este papel, logrando una ambivalencia que es fundamental para la película: no lo demoniza ni lo idealiza, sino que le dota de una vulnerabilidad que permite al espectador empatizar, aunque sea de manera incómoda.
Barrymore, que también co-escribe el guion, construye una trama que, inicialmente, podría parecer sencilla: un joven y ambicioso productor, Jake, entra en el círculo de Springer para revitalizar el programa. Sin embargo, a medida que la película avanza, se revela un entramado de relaciones complejas, engaños y secretos que pone en entredicho la supuesta honestidad de todos los involucrados. La dirección, generalmente sutil y observacional, utiliza flashbacks y la perspectiva del narrador, un antiguo asistente de Springer, para reconstruir la historia y ofrecer una visión más amplia de los acontecimientos. La película no ofrece soluciones fáciles; en cambio, se enfoca en la naturaleza inherentemente efímera y superficial de la fama y las consecuencias de elegir una vida en la cámara.
El guion, aunque en ocasiones torpe en la transición entre escenas y con diálogos que a veces rozan lo artificioso, logra capturar la atmósfera de los talk shows de televisión. Se presta atención a los pequeños detalles, a los gestos, a las expresiones faciales, elementos que contribuyen a crear una sensación de autenticidad. La película no se conforma con simplemente mostrar el espectáculo; explora las motivaciones de los participantes, su necesidad de ser vistos y escuchados, su deseo de encontrar un lugar en el mundo. La película también plantea interrogantes sobre la ética periodística y la responsabilidad de los medios de comunicación frente a la privacidad de las personas.
Sin embargo, “Ringmaster” no está exenta de fallos. Algunas escenas, especialmente en el segundo acto, se sienten un tanto alargadas y la resolución final, aunque contundente, podría haber sido más elaborada. La película, a pesar de su buen ritmo general, a veces se pierde en descripciones excesivas y en el análisis psicológico, relegando un poco la acción. No obstante, la interpretación de Freeman y la dirección cautivadora por parte de Barrymore hacen que la experiencia cinematográfica valga la pena. “Ringmaster” es una película que invita a la reflexión, a cuestionar nuestros propios valores y a examinar el impacto de la cultura de la fama en la sociedad actual.
Nota: 7/10