Río salvaje (1994)

“Río Salvaje” (Wild) no es simplemente una película de supervivencia, sino una exploración conmovedora y visceral del duelo y la resiliencia humana. Natalie Portman, en una actuación que merece todo el reconocimiento, se erige como el núcleo emocional de una historia que, a pesar de su premisa inicial de viaje familiar, se transforma en una lucha personal contra el pasado y contra las fuerzas implacables de la naturaleza. El film no busca el espectáculo de una aventura llena de efectos especiales, sino la crudeza de la experiencia, la tierra mojada y el agua fría, y el peso de las decisiones tomadas.

La dirección de Jean-Marc Vallée es precisa y, a menudo, austera. Se evita el sentimentalismo fácil, optando por una fotografía naturalista y deslumbrante que captura la belleza agreste de Montana. El uso del formato de imagen fluida, con tomas largas y movimientos de cámara sutiles, simula la inmersión de la protagonista en su propio caos interior. Hay momentos en que la cámara es casi un personaje más, reflejando la soledad y el aislamiento de Maine. Pero, paradójicamente, esta estética, que podría parecer fría, sirve para intensificar el impacto emocional de la historia. La película permite al espectador sentir la desesperación y el dolor con una intensidad palpable.

Las actuaciones son magníficas en su conjunto, pero la de Natalie Portman es, sin duda, la más destacada. Su interpretación de Maine es excepcionalmente honesta y convincente. Observamos su transformación gradual, desde la desorientada y atormentada mujer que intenta encajar en un matrimonio fallido, hasta la mujer estoica y decidida que enfrenta la travesía del río con una determinación férrea. No se trata de una heroína glamurosa; es vulnerable, quebradiza y profundamente humana. Adam Strachan, interpretado por Casey Affleck, ofrece una actuación madura y contenida, sin adornos, que complementa a la perfección la de Portman. Se nota la complicidad entre los actores, una química que se traduce en una creencia total en la historia.

El guion, adaptado de la novela homónima de Cheryl Strayed, es brillante en su sencillez. La historia de Maine no es grandilocuente, ni compleja. El éxito de la película reside en la autenticidad de las emociones y en la honestidad con la que se aborda el proceso de duelo. La elección de enfrentarse a un desafío físico extremo como el rafting, no es arbitraria. Es una metáfora poderosa del deseo de romper con el pasado y de encontrar un nuevo camino. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que se centra en el viaje mismo, en el aprendizaje y en la aceptación de las propias limitaciones. La estructura narrativa, con saltos temporales, es efectiva para transmitir el impacto traumático de los eventos del pasado. Aunque pueda sentirse algo desordenada en algunos momentos, esta fragmentación contribuye a la sensación de confusión y desorientación que experimenta Maine.

Nota: 8/10