“Rob Peace” no es una película que te atrapa desde el principio. Se presenta con la solemnidad de un estudio de fotografía documental, presentando a un joven, Robert “Rob” Peace, en las calles de Newark, Nueva Jersey. No hay grandilocuencia, ni melodramáticas intrusiones musicales. La película se construye lentamente, permitiendo que el espectador se familiarice con el entorno, con la gente, con la atmósfera palpable de una ciudad marcada por la desigualdad y la promesa incumplida. Esta lentitud inicial podría resultar desconcertante para algunos, pero es precisamente esa paciencia la que permite que la película impacte de manera tan honesta y conmovedora.
La dirección de Ben Cogo es firme, casi documental en su enfoque. Se centra en la vida cotidiana de Rob, en sus pequeñas interacciones, en sus reflexiones silenciosas. Cogo no busca dramatizar, sino observar. Captura con maestría la belleza, por sobre todo la melancolía, de la vida de Rob, revelando la tristeza inherente en lo aparentemente ordinario. El uso de la cámara en primer plano es efectivo, facilitando la conexión con el personaje y permitiendo que el espectador sienta su soledad, su incertidumbre, su desesperación silenciosa. Las escenas en los alrededores de Yale no son solo un telón de fondo; son parte integral de la narrativa, simbolizando la promesa de una vida mejor que Rob, a pesar de todo, nunca puede alcanzar por completo.
La actuación de Stephan James es, sin duda, el corazón de la película. James ofrece una interpretación excepcionalmente sutil y matizada de Rob. Evita el sentimentalismo fácil, entregando una representación honesta y vulnerable de un joven que lucha por salir de las garras de su pasado. No es un héroe, ni un villano. Es un individuo complejo, marcado por traumas familiares y por las presiones económicas que lo condenan a un ciclo de pobreza. Su mirada, su lenguaje corporal, su postura – todo transmite una profunda sensación de pérdida y de anhelo. La química con los compañeros de Yale, aunque breve, es igualmente convincente, mostrando su soledad a pesar del contacto superficial.
El guion, adaptado de la novela homónima de Jonathan Dee, es quizás la parte más delicada de la película. No intenta resolver el misterio de la vida de Rob con explicaciones claras y definitivas. Más bien, plantea preguntas sobre el destino, sobre la clase social, sobre la responsabilidad individual frente a las circunstancias. La trama, si bien relativamente simple, está bien construida y se desarrolla de manera orgánica. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que los temas subyacentes – la justicia social, la culpa, el perdón – se desarrollen con profundidad. Sin embargo, la película podría haber beneficiado de una mayor exploración de la dinámica familiar de Rob, lo cual, en última instancia, es clave para comprender su presente.
En definitiva, “Rob Peace” es una película poética y reflexiva que invita a la introspección. No es un espectáculo, sino una experiencia que te obliga a confrontar tus propias preconcepciones sobre la clase social y la moralidad. Es una película que, a pesar de su aparente simplicidad, deja una marca duradera en el espectador. Una película que, en definitiva, vale la pena ver y, sobre todo, reflexionar.
Nota: 7.5/10