Roba bien sin mirar a quién (1977)

“Roba bien sin mirar a quién” (Robbery) es una comedia negra sorprendente y, a su vez, inquietante, que se erige como un estudio sociológico disfrazado de entretenimiento. La película, dirigida por Roger Donaldson, no se limita a ofrecer gags fáciles y persecuciones cinematográficas al estilo de los thrillers de acción; en su lugar, disecciona la fragilidad de las apariencias y la dinámica destructiva de una relación marcada por la hipocresía y la creciente desesperación. La trama, aparentemente sencilla, es el detonante para explorar la psicología de dos personajes atrapados en una espiral de decisiones impulsivas.

La dirección de Donaldson es precisa y con un ritmo impecable. No se apresura a mostrar los golpes de acción, sino que dedica tiempo a ambientar la angustia de Dick y Jane, a observar sus constantes conversaciones, a profundizar en su relación conflictiva. La película se beneficia de un uso efectivo del color y la iluminación, creando atmósferas ambiguas que reflejan la incertidumbre y el peligro inminente. La banda sonora, discreta pero efectiva, realza las tensiones y las situaciones cómicas con maestría. Sin embargo, quizá la dirección podría haberse beneficiado de un mayor detalle en la caracterización de algunos secundarios, cuya actuación resulta un tanto plana y unidimensional.

Las actuaciones de Steve Martin y Diane Keaton son excepcionales. Martin, con su habitual humor sutil y un toque de melancolía, ofrece una interpretación matizada de un hombre que, a pesar de su posición social, es vulnerable y atormentado. Diane Keaton, por su parte, brilla con fuerza como una mujer que, a medida que la situación se vuelve más grave, lucha por mantener la compostura y proteger a su esposo. La química entre ambos actores es palpable y contribuye enormemente a la credibilidad de la historia. La dinámica entre Dick y Jane, la frustración, el resentimiento, pero también la necesidad mutua, está magistralmente representada. La película no se limita a presentarlos como simples ladrillos en la trama; los humaniza, mostrando sus defectos, sus miedos y sus deseos más profundos.

El guion, adaptado de la novela de la misma idea de Geoffrey Fleckenstein, es inteligente y sorprendentemente profundo. Evita caer en clichés y ofrece una visión realista de las consecuencias de las decisiones impulsivas. La película no juzga a sus personajes, sino que los presenta como víctimas de circunstancias y de sus propias elecciones. La historia no se centra en la acción, sino en el desarrollo psicológico de los protagonistas. La tensión aumenta gradualmente, llevando al espectador a cuestionar las motivaciones de los personajes y a reflexionar sobre la naturaleza del mal y la moralidad. El giro final, aunque predecible para algunos, es satisfactorio y subraya la fragilidad de la situación. La película deja una sensación inquietante, recordándonos que, a veces, las decisiones más “razonables” pueden tener consecuencias devastadoras.

Nota: 8/10