Roman J. Israel, Esq. (2017)

“Roman J. Israel, Esq.”, dirigida por Robert De Niro, es un melodrama legal que, aunque carece de la grandilocuencia que podríamos esperar de un reparto encabezado por Denzel Washington, se muestra como una contemplativa reflexión sobre la idealista corrupción y la dificultad de mantener la integridad en un sistema que, en su esencia, no siempre lo permite. La película, a pesar de un ritmo pausado, busca explorar las complejidades morales de un abogado defensor, Roman Israel (Washington), un hombre con una fuerte ética que, a pesar de sus buenas intenciones, se encuentra sumergido en un mundo donde la victoria a menudo implica compromisos que socavan su propio idealismo.

Washington ofrece una actuación sutil y convincente como Roman, logrando transmitir tanto la nobleza de sus principios como la creciente desesperación ante la realidad de su entorno profesional. No recurre a grandilocuencia o a gestos dramáticos; su poder reside en la vulnerabilidad y en la gradual erosión de la fe de Roman. Sin embargo, la película, en general, se beneficia de la presencia de un Gabriel Ronan, un actor con una habilidad innata para la sutileza, que interpreta a su amigo y mentor, Henry Holland. Su presencia aporta una densidad emotiva que ayuda a comprender las motivaciones de Roman y el peso del legado de Holland.

El guion, escrito por Michael O’Hara y Joshua Levine, presenta una trama interesante pero carente de la complejidad que podría haberle dado mayor profundidad. La historia se centra en la relación entre Roman y Holland, y en su relación con una joven abogada, Deborah (Alicia Vikander), que le plantea un dilema moral cada vez más agudo. Si bien la película visualiza las tensiones entre el derecho al patrocinio y la justicia, a menudo se siente como una serie de diálogos filosóficos en lugar de una evolución narrativa contundente. Las escenas legales, aunque visualmente bien ejecutadas, no consiguen capturar la esencia del trabajo de un abogado defensor como lo haría un drama legal más orientado a la acción.

Robert De Niro, a pesar de su habitual meticulosidad, no logra crear un ambiente lo suficientemente atmosférico para envolver al espectador en la desesperación que siente Roman. El director se enfoca más en la introspección del personaje principal que en la construcción de un mundo más amplio que lo rodee. La cinematografía, aunque cuidada, es funcional más que estética. Se percibe un cierto desapego del director, como si la película, en última instancia, fuera un ejercicio de guionismo en lugar de una visión cinematográfica audaz. A pesar de estos elementos, la película ofrece momentos de lucidez y reflexiones interesantes sobre la naturaleza de la moralidad y la dificultad de mantener la integridad en un mundo imperfecto.

Nota: 6/10