“Sal” es una película que, a primera vista, podría parecer un ejercicio estilístico más que una narrativa cinematográfica contundente. Sin embargo, tras una mirada más profunda, emerge como una reflexión intrigante sobre la obsesión, la identidad y la construcción de la propia leyenda. Sergio, el protagonista interpretado con una sutil intensidad por Pablo Molinero, es un director español consumido por la necesidad de plasmar un western clásico, un sueño que se ve frustrado por la resistencia de la industria. Su viaje al árido desierto de Atacama para reescribir su guión se convierte en el catalizador de una aventura inesperada y vertiginosa.
La dirección de Miguel Ángel García es, sin duda, el punto fuerte de la película. García no rehúye la estética del western, pero la enriquece con un toque de modernidad, utilizando la fotografía de José Luis Alcérreca para evocar la inmensidad y la desolación del paisaje chileno. La luz, el color y la composición de las escenas son absolutamente magistrales, creando una atmósfera opresiva pero también hermosa. La película se beneficia de una planificación que, en ocasiones, recuerda a algunos westerns clásicos, aunque con un ritmo deliberadamente pausado y contemplativo que permite al espectador absorber la fuerza del entorno y la evolución del personaje.
El guion, aunque con algunos momentos de predecibilidad, presenta una trama ramificada que explora temas complejos como la fama, el pasado y la construcción de la identidad. La confusión de Sergio con Diego, el hombre criminal y figura central de la región, no es simplemente un elemento de intriga, sino la puerta de entrada a una red de secretos y relaciones peligrosas. La película se beneficia de un desarrollo de personajes que, pese a ser minimalista, consigue transmitir la complejidad de las motivaciones de cada uno de ellos. La relación entre Sergio y la esposa de Diego, interpretada con gran sutileza por Valentina Parrilla, genera una tensión magnética y, a su vez, plantea interrogantes sobre la moralidad y el poder.
Las actuaciones son sólidas y convincentes. Pablo Molinero ofrece una interpretación pausada pero expresiva, logrando transmitir la fragilidad y la vulnerabilidad del personaje. La actriz Valentina Parrilla se destaca por su capacidad de transmitir emociones con solo una mirada. El resto del elenco secundario cumple su cometido, aportando matices y profundidad a la narrativa. En especial, la presencia de un Javier Godino como Diego es imponente, dotando al personaje de una mezcla de peligro y melancolía que lo convierte en una figura memorable.
“Sal” no es un western en el sentido tradicional de la palabra. Es una película sobre la búsqueda de la propia voz, sobre la confrontación con el pasado y sobre la capacidad de transformarse. Es una obra que invita a la reflexión, que desafía al espectador a cuestionar la naturaleza de la leyenda y la construcción de la identidad. No es una película fácil, pero sí una película memorable.
Nota: 7/10