Salvando al Reino de Oz (2017)

“Salvando al Reino de Oz” no es, precisamente, una recreación fiel de la obra original de L. Frank Baum, aunque sí ofrece un digno y, en ciertos aspectos, inesperadamente emotivo homenaje. La película, bajo la dirección de Andrew Lloyd Webber (sí, el creador de *El Fantasma de la Opera*), se adentra en un territorio visualmente deslumbrante, impulsado por la puesta en escena teatral y las elaboradas canciones que caracterizan el trabajo del director. Webber se aleja radicalmente de la estética de los clásicos musicales de Disney y, en su lugar, nos entrega un espectáculo colorido y exuberante que, aunque a veces excesivo, es innegablemente cautivador.

La película se centra en la ingenuidad y el coraje de Dorothy, interpretada con una honestidad refrescante por Anya Taylor-Joy. Su personaje no es la heroína valiente y decidida que a menudo se le presenta, sino una chica joven, asustada y vulnerable, que se ve arrastrada a una situación que le supera. Taylor-Joy captura a la perfección esta fragilidad, transmitiendo una palpable sensación de asombro y miedo ante la extrañeza de Oz. Su actuación es el corazón de la película, anclando la narrativa en una humanidad que a veces se diluye en la grandiosidad del diseño y la música. La relación de Dorothy con Toto, interpretado magistralmente por un perro real, es un alivio constante y un elemento clave para el desarrollo del personaje.

La película se beneficia enormemente de las actuaciones de James Norton como el villano Urfin, cuya maldad es sutil pero efectiva. No se trata de un villano caricaturesco que grita y amenaza, sino de un hombre ambicioso y calculador, consumido por la vanidad y el deseo de poder. El contraste entre la inocencia de Dorothy y la ambición desmedida de Urfin genera una tensión dramática considerable. También vale la pena destacar la participación de Michelle Yeoh como la Reina de las Maravillas, un personaje sorprendentemente complejo y con un arco narrativo bien definido. El Hombre de Lata, interpretado por Timothée Chalamet, ofrece un toque de humor y vulnerabilidad, mientras que el Espantapájaros, con Rachel Weisz, aporta un elemento de autenticidad a la trama.

Sin embargo, la película no está exenta de defectos. El guion, adaptado de la obra original, a menudo se siente apresurado, sacrificando la profundidad y el desarrollo de los personajes en favor de la trama. Algunas canciones, aunque visualmente impactantes, carecen de la cohesión y la melodía de las obras maestras de la Broadway de Webber. Además, la película, en su intento por abarcar el universo de Oz, se siente un poco desordenada y carente de un enfoque claro. No obstante, la apuesta visual y la puesta en escena son suficientes para justificar la experiencia. La película no es un musical perfecto, pero sí un espectáculo teatral ambicioso y coloridamente deslumbrante.

Nota: 7/10