“Salvation Boulevard” es, en su esencia, una película que no busca entretener, sino que incomoda. Un incómodo examen moral que nos obliga a confrontar la hipocresía inherente a las instituciones religiosas y la facilidad con la que la fe puede ser manipulada y utilizada como herramienta de control social. Dirigida por Boaz Sherman, la película va más allá de la simple narración, construyendo una atmósfera opresiva y claustrofóbica que refleja la moralidad turbia del pequeño pueblo de Cullman, Alabama, en la década de 1980.
La película se centra en Caleb, un ex-“deadhead” (un término usado para describir a aquellos que han probado las drogas) que, después de una experiencia cercana a la muerte, abraza el cristianismo con fervor. Sin embargo, su nueva fe se convierte en una armadura para competir con otros miembros de la iglesia, especialmente el pastor, Walter, por su aprobación y aceptación. Este personaje, interpretado magistralmente por Ben Foster, es la columna vertebral de la narrativa. Foster no se limita a interpretar; transmite la ambición, la desesperación y el conflicto interno de Caleb de una manera que es brutalmente honesta y a menudo perturbadora. Su performance es, sin duda, el corazón palpitante de la película, y a menudo, su silencioso sufrimiento es más impactante que cualquier diálogo.
La dirección de Sherman es notable por su uso del espacio y la luz. Los interiores de la iglesia y las casas de los personajes son particularmente sombríos, reflejando el peso de los secretos y las mentiras. Los planos largos y la iluminación tenue contribuyen a la sensación de aprisionamiento y vigilancia constante. No se escatima en detalles: el olor a humo de cigarrillo, la humedad en las paredes, la omnipresencia de la televisión como una voz constante y manipuladora. Estos elementos visuales, combinados con una banda sonora minimalista pero efectiva, crean una experiencia cinematográfica intensamente realista, que nos sumerge completamente en el mundo de la película. No es una obra fácil de ver, y su lentitud puede frustrar a algunos espectadores, pero esa es precisamente su fuerza.
El guion, adaptado de la obra de teatro del mismo nombre de Dan M. Gordon, es inteligente y no se regodea en soluciones fáciles. Se centra en los mecanismos de poder, la dinámica familiar, y la corrupción moral que se esconde tras la fachada de la santidad. La película no ofrece juicios moralizantes, sino que presenta una serie de personajes profundamente complejos, donde las intenciones son ambiguas y las consecuencias, devastadoras. El conflicto entre Caleb y el pastor no es una simple rivalidad por la aprobación, sino una lucha por el control, el poder y la aceptación dentro de una comunidad que se define por sus dogmas y sus prejuicios. La película cuestiona la autenticidad de la fe y la fragilidad de la moralidad.
Sin embargo, la película también tiene sus limitaciones. La lentitud, como se mencionó, puede ser un obstáculo para algunos espectadores, y algunos diálogos, aunque efectivos, podrían haberse beneficiado de una mayor concisión. A pesar de esto, “Salvation Boulevard” es una obra que permanece en la memoria mucho después de que termina, provocando reflexiones sobre temas importantes como la manipulación religiosa, el poder, la ambición y la moralidad.
Nota: 8/10