“Sangre en Indochina” es una película que se instala en la mente como un recuerdo persistente, un eco sordo de horror y desesperación. No es una película fácil de ver, ni pretenda serlo, sino que exige una inmersión total en un mundo brutal y sin concesiones. La película, dirigida con una precisión quirúrgica por Claire Denis, se adentra en la atmósfera sofocante de la Indochina en 1954, justo antes de la independencia de Vietnam, y explora las consecuencias devastadoras de la guerra en la condición humana. Denis abandona la espectacularidad y el bombardeo visual habitual de los thrillers bélicos, optando por un cine extremadamente lento, casi contemplativo, que se centra en la acumulación gradual de tensión y la descomposición psicológica de sus personajes.
El guion, adaptado de la novela homónima de Patrick Thomas, no ofrece grandes giros argumentales ni momentos de acción grandilocuentes. Su fuerza radica en la simplicidad de la premisa: un grupo de soldados franceses, liderados por el subteniente Jean-Baptiste, un hombre idealista que cree en la causa francesa, y un alemán, ex-combatiente de la Segunda Guerra Mundial, un individuo taciturno y atormentado por su pasado, se ven atrapados en territorio vietminh. La película no es una historia de héroes ni de villanos; se trata de un estudio profundo del miedo, la paranoia y la pérdida de la esperanza. Denis evita juicios morales; la película deja al espectador en la incertidumbre constante sobre quiénes son los verdaderos enemigos. La voz en off del subteniente, aunque opaca y a veces poco convincente, sirve para exponer sus reflexiones y el peso del deber.
Las actuaciones son extraordinarias. Stéphane Volkov, como el alemán, ofrece una interpretación magistral, transmitiendo una sensación de cansancio y dolor que va más allá de las palabras. Su mirada, fragmentada y llena de desasosiego, es el eje central de la película. Bernard Briand, como el subteniente Jean-Baptiste, logra equilibrar la idealismo juvenil con una creciente desesperación. Sin embargo, es la dirección de Denis la que realmente eleva la película. Su uso de la cámara es impecable: planos largos, movimientos lentos, la utilización del color para intensificar la sensación de calor y opresión. La película se beneficia enormemente de la fotografía de Márkó Jancsó, quien emplea la luz y la sombra para crear una atmósfera de suspense y melancolía. El sonido, que es absolutamente crucial, contribuye a la atmósfera claustrofóbica y opresiva. Los sonidos de la jungla, el viento, el silencio, son omnipresentes y agudizan la sensación de aislamiento.
“Sangre en Indochina” no es una película para todos los públicos, ni mucho menos para aquellos que buscan entretenimiento fácil. Es una experiencia cinematográfica intensa, perturbadora y, a la vez, profundamente conmovedora. Se te quedará en la memoria, una reflexión sobre la guerra, la moralidad y la fragilidad de la condición humana. Es un ejemplo brillante del cine europeo, que se aleja de los clichés y apuesta por la sutileza, la observación y la exploración de la complejidad del ser humano. Es una película que exige ser vista en una sala oscura, con el sonido al máximo y sin distracciones.
Nota:** 8/10