“Santos y soldados” es un relato de supervivencia implacable y, a su vez, inquietantemente evocador, que se inserta dentro del vasto panorama de las películas bélicas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial. Dirigida por Edward Berger, la película no busca glorificar la guerra ni simplificar su complejidad moral; más bien, la presenta como una fuerza brutal y despiadada que reduce a los hombres a su máximo potencial de desesperación y, a veces, a su más oscuro instinto. La película se centra en la tenaz lucha de cuatro prisioneros estadounidenses por escapar de un campo de prisioneros en la Germania ocupada, pero rápidamente se expande para explorar la conexión inesperada que establecen con un paracaidista británico, Silas, que lleva consigo información vital para el esfuerzo aliado.
Lo que distingue a “Santos y soldados” de muchas películas del género es su enfoque en el coste humano de la guerra. No existe un héroe clásico en este relato. Cada uno de los cuatro soldados, interpretados de forma convincente por Sean Baker, Jamie Dornan, Robert Pattinson y Richard Armitage, se revela como una mezcla de coraje y vulnerabilidad, de ambición y miedo. Las actuaciones son, en general, excepcionales. La dinámica entre ellos, forjada en el frío y la amenaza constante de la captura, se construye con una sutileza que se percibe en cada intercambio, en cada mirada. La interpretación de Armitage como el sargento William McNamara, un hombre marcado por la guerra y atormentado por su pasado, es especialmente poderosa. Se siente su peso, su desconfianza y su anhelo de redención.
La dirección de Berger es magistral. La fotografía, con su paleta de grises dominantes y la utilización de la nieve como elemento central, crea una atmósfera opresiva y claustrofóbica. El paisaje nevado no es simplemente un telón de fondo; es un personaje más, que se presenta como un enemigo implacable y un recordatorio constante de la fragilidad de la vida. La banda sonora, minimalista pero efectiva, refuerza la sensación de aislamiento y tensión. Pero lo que realmente destaca es la cuidadosa construcción del ritmo. La película se toma su tiempo para mostrar la lucha de los hombres por sobrevivir, sin apresurarse en la acción. Se permite momentos de introspección, de duda, de dolor. La tensión se acumula gradualmente, culminando en una secuencia final que es, a la vez, aterradora y profundamente conmovedora.
El guion, adaptado de la novela de Patrick de Ryss, es sólido y evita los clichés del género. La información que Silas posee no se presenta como un simple "arma secreta". La película explora las razones por las que Silas está dispuesto a arriesgarlo todo por entregarlo y las consecuencias emocionales que esto conlleva para él. No se ofrece una justificación simplista para las acciones de los prisioneros, ni se demoniza a los alemanes. Se muestra la guerra como un conflicto moralmente ambiguo, donde no hay buenas ni malas partes, solo hombres que luchan por sobrevivir en circunstancias horribles. La película plantea preguntas sobre la moralidad de la guerra y el precio de la libertad. A pesar de la atmósfera sombría, se mantiene un hilo de esperanza, sugiriendo que la humanidad puede encontrarse incluso en los momentos más oscuros.
Nota: 8/10