“Se abre la veda” (titulada como “The Power of the Wild” en su versión original) no es un thriller de persecución visceral, aunque la promesa de una lucha por la supervivencia se siente a lo largo de la película. Lo que realmente ofrece este filme de Claude Vine y Emmanuel Vincent es un estudio sutil, e incluso inquietante, de la confrontación entre el deseo de un nuevo comienzo y la arraigada naturaleza de un entorno rural, un lugar donde las tradiciones y los valores son tan inflexibles como la propia tierra.
La dirección de Vine y Vincent logra una atmósfera de aislamiento palpable. La película se construye lentamente, no abogando por el impacto inmediato, sino por la acumulación de pequeñas tensiones y miradas significativas. El paisaje francés, majestuoso y despiadado, juega un papel central. No es solo un telón de fondo, sino un personaje más, que respira con la comunidad y se opone a los recién llegados. El uso de la fotografía es exquisito, enfatizando la inmensidad del entorno y la vulnerabilidad de la familia Duval. La iluminación, a menudo sombría y difusa, contribuye a la sensación de amenaza latente.
Las actuaciones son sobresalientes, especialmente la de Isabelle Nélisse como Léa, la madre, que encarna la desesperación y la determinación con una autenticidad conmovedora. Su interpretación es sutil pero poderosa, mostrando la lucha interna de una mujer que se ve forzada a defender a sus hijos contra un mundo que no comprende. La interpretación de su esposo, Antoine Linyer, como Jean, es más contenida, pero transmite la preocupación y el miedo a medida que las circunstancias se agravan. La comunidad, interpretada por un elenco coral, es casi un organismo monolítico, con personajes que parecen actuar por instinto, guiados por la tradición y el orgullo. Algunos de los roles secundarios, como el de Pierre Jacob, como el padre del jefe de la cuadrilla de cazadores, son particularmente memorables por su frialdad y su creencia inquebrantable en la superioridad de sus costumbres.
Si bien el guion se centra en la trama de persecución, su verdadera fuerza reside en la exploración de la moralidad. La película no juzga directamente a los cazadores; se centra en la incomunicación y en la dificultad de cambiar las percepciones arraigadas. Se plantea la pregunta de si es posible vivir en armonía con un entorno que te considera un intruso. La película, sin embargo, no ofrece soluciones fáciles, sino que nos deja con una sensación de inquietud persistente sobre el precio de la libertad y la responsabilidad de preservar nuestras tradiciones. El ritmo pausado puede frustrar a algunos espectadores esperando un thriller más dinámico, pero esta lentitud consciente es fundamental para el impacto emocional de la película. La tensión no reside en explosiones o persecuciones espectaculares, sino en la creciente certeza de que la supervivencia de la familia Duval está en juego. Es una película que permanece en la mente mucho después de que se ha apagido la pantalla.
Nota: 7/10
