Sed de poder (1984)

“Sed de poder” (1974) no es un thriller alucinante, ni una obra maestra del cine de mafia, pero sí un relato visceral y por momentos inquietante sobre la ambición desmedida y la brutalidad inherente a los bajos fondos de Nueva York. Dirigida por Peter Lorre – sí, ese Peter Lorre, el actor expresionista alemán – la película, basada en la novela de Mario Puzo, se aferra a la atmósfera de desesperación y el olor a sudor y decepción que impregnaba el Little Italy de los años 70, y lo hace con una autenticidad que pocas películas de la época lograron alcanzar.

La película no se concentra en el desarrollo de personajes complejos, sino en la ejecución de un plan arriesgado. La trama, aunque previsible, está impulsada por la energía cruda y la tensión palpable que emana de las actuaciones. Mickey Rourke, en un papel que le sienta como anillo al dedo, interpreta a Charlie con una mezcla de ingenuidad y determinación que lo convierten en un protagonista entrañable, aunque también vulnerable. Su lucha contra sus propios demonios internos, junto con el anhelo de una vida mejor para él y Diane, aporta una capa de humanidad a una historia que podría haberse reducido a una simple historia de golpes y amenazas. Eric Roberts, en el papel de Paulie, es un verdadero alboroto, un personaje excesivo y sin redención, pero que, paradójicamente, funciona sorprendentemente bien en la película. Burt Young, como Eddie “el chinche”, ofrece una interpretación formidable; un mafioso no angelical, frío y calculador, pero con una vulnerabilidad subyacente que le confiere una complejidad innegable.

Lorre, con su experiencia en el cine expresionista alemán, logra capturar la esencia de la desesperación y la violencia de la época. La dirección está cuidada, enfocándose en los detalles, en el lenguaje corporal de los personajes, en la iluminación sombría que refleja el mundo oscuro en el que se mueven. Hay una cierta brutalidad en la forma en que se muestran los golpes y las amenazas, sin glamurizar la violencia. La película se siente realista, casi documental, gracias a la fotografía de Owen Roysdon y al diseño de producción que recrea fielmente el barrio. Sin embargo, el guion, aunque eficiente en su desarrollo narrativo, se queda en lo plano de la acción, sin profundizar en las motivaciones internas de los personajes o en las consecuencias de sus actos. La película se centra en el *cómo* y no tanto en el *por qué*. A pesar de ello, la película destaca por su ritmo trepidante y por la tensión constante que genera a lo largo de su metraje.

En definitiva, “Sed de poder” es una película disfrutable, aunque no sobresaliente. Ofrece un retrato crudo y realista del submundo de la mafia y de la ambición desmedida, con actuaciones convincentes y una dirección efectiva. No es una película que te deje pensando durante días, pero sí que te atrapa desde el principio y te mantiene al borde del asiento hasta el final. Es un clásico del cine de género, que merece la pena ver para comprender mejor la historia y el contexto de algunas películas posteriores.

Nota: 7/10