“Segundo Premio” es una película que se instala, lentamente, en la memoria como un ecosistema en miniatura de la crisis creativa y el anhelo de trascendencia. Dirigida por Carla Simón, la película nos sumerge en el turbulento verano de 1998 en Granada, un enclave que, con sus calles estrechas y sus pequeñas salas de concierto, aporta un ambiente palpable a la historia. La película no se centra en la acción convencional, sino en el sutil retrato de un grupo de músicos indie al borde del abismo, confrontados con la disonancia entre sus aspiraciones y la crudeza de la realidad.
La película, narrada a través de la mirada del cantante, un joven inquieto llamado Ben, explora la fragilidad de la identidad y la dificultad de encontrar un lugar en el mundo. El personaje de Ben, interpretado con una sutileza devastadora por Diego Calva, es un reflejo de la generación atrapada entre el sueño de la fama y la desilusión. Su lucha por expresar su visión artística, su vulnerabilidad y su incapacidad para conectar con los demás generan una empatía inmediata en el espectador. No es un héroe, ni un villano; es un ser humano imperfecto, atormentado por sus propias dudas y obsesiones.
La dirección de Simón es magistral en su capacidad para crear una atmósfera de incomodidad y melancolía. El uso del color, la iluminación y el sonido contribuyen a construir un espacio visual y auditivo que refleja el estado mental de los personajes. La banda sonora, también compuesta por el propio Benigno, es fundamental para el desarrollo de la trama. No solo complementa la historia, sino que también funciona como un catalizador de las emociones, intensificando la sensación de angustia y desesperación. Es una banda sonora particular, no grandilocuente, sino que parece emanar directamente de los personajes, como un sonido crudo y honesto de sus almas.
Las actuaciones son, en su mayoría, impecables. Además de Calva, destacable es el trabajo de Álvaro Lucero como el guitarrista, un hombre consumido por el alcohol y la autodestrucción, un personaje complejo que se muestra a través de miradas y gestos más que a través del diálogo. La película evita las explicaciones fáciles, permitiendo que el espectador deduzca por sí mismo la naturaleza de la relación entre los personajes y las causas de su sufrimiento. La interpretación de Lucero es especialmente conmovedora, transmitiendo una profunda sensación de vacío y desilusión. No se trata de una representación estereotípica del rockero decadente, sino de un retrato de un individuo en crisis, marcado por la soledad y el resentimiento.
La película, si bien no ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas, plantea preguntas importantes sobre la naturaleza del arte, la importancia de la conexión humana y la dificultad de superar el pasado. No es una película para todos los públicos, pues exige una cierta disposición a la introspección y a la confrontación con la vulnerabilidad. Sin embargo, para aquellos que estén dispuestos a dejarse llevar por su atmósfera melancólica y su mirada honesta, “Segundo Premio” se convertirá en una experiencia cinematográfica inolvidable, capaz de resonar profundamente en la memoria.
Nota: 8/10