“Seguridad Nacional” (1982), de Michael Mann, es mucho más que una película de espías o un thriller de acción. Es un estudio frío y desolador sobre la corrupción, la moralidad en crisis y la erosión de la confianza en las instituciones, temas que, sorprendentemente, siguen resonando con fuerza en la actualidad. Mann no se apoya en clichés del género, sino que construye una atmósfera opresiva y claustrofóbica, utilizando una paleta de colores apagados y un ritmo deliberadamente lento para amplificar la sensación de paranoia y desesperación.
La película sigue la historia de Earl Montgomery, interpretado con una intensidad visceral por Alec Baldwin. Baldwin, en un papel que no le favorece del todo, encarna la arrogancia y el egoísmo de un joven policía que, tras una caída en desgracia, se ve arrastrado a un submundo de operaciones encubiertas. Sin embargo, la dirección de Mann transforma este personaje de la película en una lente a través de la cual se observan las verdaderas heridas de la sociedad americana. Su carácter, aunque perturbador, sirve como catalizador para una investigación que revela las profundidades de la deshonestidad institucional. La actuación de Baldwin es convincente, pero también se le echa de menos una mayor sutileza en la expresión de su personaje.
La película destaca especialmente en la construcción de la trama y la complejidad de sus personajes secundarios. Hank Rafferty, interpretado con una sorprendente vulnerabilidad por Jeremy Irons, es un hombre consumido por la culpa y la traición. Su pasado, marcado por un crimen brutal, lo condena a una vida de sombras, y su relación con Earl se convierte en una danza peligrosa de recolección de información y búsqueda de redención. La actuación de Irons es magistral; transmite la tristeza y el dolor de un hombre roto que, a pesar del peligro, se aferra a la esperanza de limpiar su nombre. El guion, escrito por Robert Litwak, profundiza en las motivaciones de cada personaje, evitando las simplificaciones narrativas que a menudo caracterizan este tipo de películas. Se presenta una mirada sombría sobre la naturaleza humana y la capacidad de la corrupción para infiltrarse en las instituciones encargadas de proteger a la sociedad.
Más allá de la trama de espionaje, “Seguridad Nacional” es una película que invita a la reflexión sobre el precio de la lealtad y las consecuencias de la ambición. Mann logra crear una experiencia cinematográfica inmersiva, donde el espectador se siente cada vez más incómodo a medida que se descubre la red de mentiras que se extiende a lo largo de toda la película. La banda sonora, minimalista y casi omnipresente, acentúa la sensación de alerta y anticipación. La película, a pesar de su ritmo pausado, es un ejemplo de cine noir moderno que desafía las convenciones del género y ofrece una visión poco convencional, y ciertamente oscura, del mundo de la policía y del espionaje.
Nota: 7/10